Capítulo 10.1

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Cuando salimos a la terraza había comenzado a llover

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Cuando salimos a la terraza había comenzado a llover. En Inglaterra el cielo gris y plomizo era normal, seguramente echaría de menos no sólo a su familia, también su soleado país. Me hubiese gustado comer al aire libre, que podía haber sido así por la parte cubierta acristalada que había en ella, pero Roko ocupó con premura la zona poniendo a salvo las herramientas y material que estaba utilizando. De nuevo volvimos al pequeño cuarto de almacenaje, Sentándome como lo hice la última vez, encima de la mesa antigua. Roko, a pesar de coger una de las sillas, al final decidió sentarse a mi lado en la mesa.

Cuando me dio «la sorpresa», tuve que morderme el labio en vez de dejar la boca abierta como tenía costumbre, al recordar su advertencia. Era la primera vez que me sorprendían con una ensalada de lechuga y pequeños tomates. Me hubiese reído por ello años atrás, más sin embargo, el curioso detalle —a riesgo de perdérmelo si hubiese rechazado comer con él—, me enterneció sobremanera.

—¿Parece que te he sorprendido?

—La verdad, si. Lo has hecho —contesté pinchando algunas hojas que había dentro del tupper ubicado entre los dos.

—Lo importante es que son de mi huerta, que está cuidada con mucho mimo —resaltó con especial énfasis.

Agradecí que él era de mucho apetito y comió de la ensalada más que yo. El sándwich de pollo aún lo llevaba por la mitad, estaba bueno, aunque para mi gusto con demasiada mayonesa.

—Cuando estuve en tu casa y salí a la terraza a recoger la ropa —blanqueé los ojos al recordar que lavó no solo el vestido, también mi ropa interior—, solo me fijé en las flores. No vi ninguna huerta plantada.

—Está plantada entre ellas, pudiera ser que estuvieran muy pequeñas o no hubiesen brotado algunas todavía —puntualizó, dando después el último mordisco a su bocadillo de paté.

—¿Por qué siembras verduras entre tus flores?

—Para que quitar hierbajos de un jardín, pudiendo quitar lechugas ¿No crees?

Y no pude hacer otra cosa que girar mi cabeza al lado contrario a la de él. Ahora era yo, a la que le temblaba los hombros para reprimir una carcajada.

Esperó mi respuesta mientras se espolsaba unas migas de pan que tenía sobre sus piernas. ¿Qué podía decir? Para nada era una experta en el campo de la jardinería. No sé si era una nueva moda o era costumbre de su pueblo natal. Pero era la primera vez que lo escuchaba.

—Por lo menos estos hierbajos se pueden comer —dije aclarándome la voz—. Creo que has sabido sacar partido a tu pequeño jardín instalando en él la huerta en casa.

Se quitó el jersey de manga larga azul marino. Lo había visto con colores oscuros o claros, pero no con uno tan vivo y tan rojo pasional por antonomasia, como ahora mismo el de la camiseta de manga corta que llevaba debajo. Se bajó de la mesa después de cerrar el tupper y se sentó en la silla que estaba justo delante de mis pies.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora