Seguí petrificada en la puerta de entrada, observando como sacaba de la bolsa mas pequeña un táper. De debajo de la isla cogió una olla y vertió el líquido de éste dentro de ella. Encendió el hornillo y la puso al fuego. De nuevo, de la bolsa, extrajo un paquete de fideos. Recordó donde estaban los utensilios que estaba utilizando y lo hizo con suma ligereza. Sentí una legión de hormigas en la boca del estómago. Daba la sensación que nunca se había ido de mi apartamento después de tanto tiempo. La semana que estuvo, aunque la mayoría de veces comía y cenaba en casa de Ian con Sonia, algunas las hizo aquí, conmigo, y los desayunos siempre. Y de esas veces, cuando preparaba algo para comer, enseguida venía a ayudarme o se levantaba el primero a la hora de recoger.
Su estancia en mi casa fue agradable. Como un camarada o el binomio que asignan a los que se alistan en el ejército.
Me miró un par de veces, no dijo nada, y yo no volví a abrir la boca después de que le preguntara… Qué hacía aquí. Se deshizo el moño a medio hacer, el cual le caía un mechón por un lado de la mejilla. Pasó sus manos por toda la cabeza retirándolo por completo hacia atrás y volverlo a enrollar. Me fijé en su camiseta negra, pues en ella llevaba impresa el prisma multicolor de Pink Floyd que, resaltaba en su vaquero claro y raído, evocando a nuestra primera cita en el Black Rose cuando bailamos un canción del grupo.
—¿Qué és todo esto?
Me acerqué, y senté en una de las butacas frente a él. Acababa de echar los fideos que empezó a remover con una cuchara. La expresión seria cuando me fui de la jardinería y cuando entró por la puerta de mi casa, desapareció, convirtiéndola en una tierna.
—Lo que estás viendo. Vamos a comer una sopa de fideos. —Dejó de remover y apoyó las manos sobre la encimera—. Siempre que cocino un puchero, hago lo suficiente para que me quede caldo que luego congelo. Te saca de apuros, cuando no te da tiempo a preparar algún menú más.., creativo. De paso te templa el cuerpo y pasas mejor la resaca.
—No me refiero a la comida —dije, señalándola con toda la mano abierta—. Me marché después de que me dijeras que esperara. ¿Acaso no te has molestado?
Torció su cabeza antes de responder, primero a un lado y luego a otro como si estuviera agarrotado.
—Si. Mucho —confesó—. Si hay algo que me moleste más que dejarme con la palabra en la boca, es que me dejen con los regalos entre las manos.
Contuve la respiración, lamentando mi decisión de marcharme sin decir nada. Pero lo último que quería es que pudiera gustarme más. Cuando sabía segura que no iba a llegar más allá del beso que nos dimos. Solo espero tomara lo del beso como un favor que le pedí. Y en caso de que así fuera —que lo hubiese tomado como una petición mia—, tener que verlo me iba a ocasionar más de un quebradero de cabeza.
—Me sentí ridícula por mi comportamiento de anoche.
—¿Por eso saliste huyendo? Cuando te vi salir de la tienda de estampida, solo faltó los antílopes en manada corriendo a tu lado. ¿Por eso tanta prisa, Alice?