Capítulo7

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Las cinco de la tarde y ni un alma en la tienda

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Las cinco de la tarde y ni un alma en la tienda. La lluvia que empezó a caer hacía diez minutos estaba siendo intensa. Y el horario de cierre en una tienda de barrio era muy temprana. A las seis y media de la tarde colgaba el cartelito de «closed». Se me hizo hasta raro cuando me lo dijo Owen, aunque no todos los comercios cerraban a esa hora tan temprana. Las grandes superficies lo hacían mucho más tarde.

—¡Estoy harta!

De nuevo el graznido que Evan arremetió en mi oído, hizo que por tercera vez casi arrancara de cuajo al pobre geranio que estaba intentando trasplantar. Solo había pasado media hora desde que la pelirroja decidió hacer los deberes en la tienda, según ella, para hacerme compañía.

—Evan, a este paso, un grito más y vas a hacer que tenga que ir de urgencias al otorrino.

Para que luego digan que los españoles gritamos, deberían conocer a Evangeline.

Hasta que bajó ella, la tarde estaba siendo tranquila. No me incomodaba que estuviera conmigo en la tienda, de hecho me divertía y los pasábamos bien. A ratos ensayando la obra de Romeo y Julieta. Tuvieron que aplazarla pues al niño que hacía el papel del protagonista le operaron de urgencias de apendicitis, y la disponibilidad del centro para realizar la función en el mes de Julio estaba ocupada para otros menesteres. Solo les quedó al grupo de teatro retrasarla para septiembre. Pero hoy era uno de esos días que estaba de mal humor. Eso o sus hormonas estaban en plan revolución de la pubertad.

—No es justo. Estoy de vacaciones. Que mi abuelo no haya cogido las suyas, no quiere decir que las mias me las fastidie. Encima, está acabando el mes de Julio y...  Y...

—Y, ¿qué?

—Que  cuando cierra la tienda por vacaciones siempre vamos a Durham, a ver a mi tía Harriet. —Hizo una pausa—. Me aburro como una ostra. Encima, con el cuaderno de ejercicios de verano que ha comprado para que repase.

La miré de reojo, estaba sentado al lado de ella, utilizando la mesa donde arreglaba las plantas y atendía a la clientela. Su hartura se debía al libro de matemáticas que su abuelo le compró para reforzarlas, porque aunque las había aprobado, lo hizo por los pelos. Se le daba fatal. Pero me sorprendió cuando hizo referencia a sus aburridas vacaciones. Para Owen tenía que ser difícil educar a una niña sin padres, pero lo que hasta ahora había visto de él, podía ser ejemplo para muchos. Hacer el cometido de padre y madre no era una tarea fácil, olvidándose de la que verdaderamente tenia que ser, la de abuelo.

—El cuadernillo de ejercicios es para que no vayas a olvidar lo que has dado.

—¡¿Pues ya me he cansado?!

Retiré la planta a un lado, para evitar que en alguno de sus berrinches al levantar la mano como habia hecho, lo fuera a pagar sin querer el pobre geranio. Giré mi cuerpo junto con la silla e hizo lo mismo con la de ella, ubicando sus rodillas entre las mias.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora