¿Qué voy hacer mientras tanto durante todo el verano?Me sentía igual que un bebé cuando da sus primeros pasos por primera vez, con la inestabilidad que acompaña de un paso al otro. En cambio, a pesar de las caídas, caminar lo aprendemos solos sin necesidad de maestros, unos antes que otros, pero acabamos andando, sin comprender, porque no está a nuestro alcance. Es más sencillo, simplemente lo hacemos, porque lo necesitamos. Saber que haría o no durante esos dos meses, iba a ser ese tambaleo, esos primeros pasos de salir de una rutina a la que estaba acostumbrada. La diferencia es cuestionarse todo, pensar demasiado y miedo a las caídas por si no vuelves a ponerte en pie.
Levanté la cabeza, y abrí el grifo donde un chorro de agua caliente impactó en mi cabeza retirando los restos de jabón. Estuve en la bañera, relajándome, el tiempo suficiente para que el vaho se adueñara del baño, convirtiéndolo casi en uno turco. Con mi cuerpo aún liado en una toalla, busqué en el armario lo que me pondría...Uno, dos, tres.., una totalidad de siete vestidos que llevaban en el fondo de él, tiempo más que suficiente para que se hubiesen apolillado. Dudé mucho antes de decidirme, hasta que escogí uno negro ceñido bastante corto con un hombro descubierto. Me entretuve lo suficiente hasta dejar mi cabello en una melena ondulada bastante aceptable. El maquillaje fue suave, había perdido habilidad y destreza. No quise arriesgarme, pero si destaqué los labios en un rojo amapola brillante. Cubrí mis hombros con una fina y corta chaqueta de punto, color gris plata, cogí el bolso y salí de casa. En el hall de entrada de los apartamentos, frené el paso, para observarme en un gran espejo que había.
«Vas buscando guerra».
Pero la batalla que quería ganar, era la mía propia: Mi inseguridad. Y que mejor que ir con toda la artillería pesada. En realidad poco importaba como me vistiera, o si bailaba con Roko o diera un abrazo. No debía asustarme porque seguía llevando la coraza.
Esta vez cogí un taxi me quedaría más tiempo y en vez de una copa, podría ser dos. Me dejó al principio de la calle donde se encontraba el Black Rose, ya era la hora. Había quedado dentro como la última vez. Decidí saludarlo cuando lo viera, con un pequeño abrazo. Lo tenía todo estudiado, para que no me pillara de imprevisto. Según me acercaba, me fui poniendo un poco nerviosa y no hice otra cosa para distraerme que ir contando al grupo de personas que veía en la entrada. Eran quince, debía ser amigos que llegaron juntos, pues hablaban y reían los unos con los otros. No fue hasta que empezaron a entrar y dar visibilidad, cuando apoyado con los brazos cruzados a un lado de la entrada se encontraba Roko.
Se incorporó de la postura reclinada en la pared, en otra sobria. Metió las manos en los bolsillos de su vaquero. Mi interior se agitó al sentir su mirada oscilante e inquieta, que se detuvo al quedar casi frente a él. Antes de que nos dijéramos nada le abracé, con cuidado. Sentí los músculos de su espalda tensarse. Sacó las manos de los bolsillos y rodeó mis hombros en la misma delicadeza. Desde que lo conocí, al estar a su lado nunca percibí ningún tipo de perfume o loción. Solo su piel, sin aderezos, y el ligero efluvio de paz que desprendía.