CAPÍTULO 13.2

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El trabajo en la casa del barrio de Belgravia, hizo retrasarme bastante

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El trabajo en la casa del barrio de Belgravia, hizo retrasarme bastante. Owen tuvo razón cuando vio la dirección y comentó el estado en el que encontraría las plantas. Eran un matrimonio joven, sin niños, que viajaban bastante por trabajo. Les marqué unas pautas de cuidados a seguir; también, un pequeño toque de atención de no dilatar tanto el tiempo hasta que volvieran a llamarnos. Mi trabajo me apasionaba y ver plantas descuidadas, me irritaba. No era mucho pedir que les dedicaran unos minutos de su tiempo libre un día a la semana.

Durante la jornada pensé en la advertencia o consejo de Owen —quizás fueran los dos—, sobre si sabía donde me metía con mi incipiente relación con Alice. Por supuesto que lo sabía. Tenía razón en la gran diferencia de clases. Mirara por donde lo mirase, siempre te llevaba al mismo punto departida: El puto dinero. Y en mi caso con un añadido extra.

Desde pequeño ya me daba cuenta, no solo yo, también los demás chicos del pueblo, cuando llegaban por vacaciones los hijos del mayor terrateniente del lugar donde mi abuelo trabajaba. Estudiaban en colegios privados donde el pago de las mensualidades era altísimo, en los que disponían de piscina, lo último que salía en tecnología, una gran sala de música y clases de piano. Era la misma cantinela que nos contaban cuando llegaban por vacaciones. Nosotros teníamos casi lo mismo en nuestro colegio, solo que, había que cambiar el piano por la flauta y varios tambores, pero las batucadas que hacíamos eran tremendas.

Que tuvieran piscina era lo que más envidiaba nos daba, el pueblo era pequeño y el presupuesto del ayuntamiento no daba para la construcción de una pública. Para bañarnos íbamos a la piscina municipal del pueblo vecino o bajábamos a nuestro río, era lo mejor, ya que hacíamos el Tarzán en pelotas, sin ser expulsados por ningún socorrista. No hacíamos viajes de excursión a otros países, como mucho a la provincia al lado de la nuestra. Ni tampoco visitar playas —como nos contaban— de esas paradisíacas que sólo veíamos en postales o documentales. Las playas más cercanas, las teníamos en Valencia, estaba a dos horas del pueblo, pero el Mediterráneo es un gran mar, sin tener que envidiar a ningún otro. Cualquier mal rollo se esfumaba al tirarte en la arena para hacer la croqueta, y luego zambullirte de cabeza cuando llegaba una ola y quitarte toda la arena metida hasta en el agujero más oculto.

Con el tiempo, los viajes a otros países y otras playas pude hacerlo. No en primera clase, ni en hoteles de alto standing, pero el destino era el mismo. Pero no cabía la menor duda que tener dinero, era tener poder. Y no era malo, siempre en como uno lo invirtiera. De crio, era como un acertijo que no lograba resolver, el que unos tuvieran tanto y otros tan poco. Mis amigos decían que era cuestión de suerte, a día de hoy, a veces sigo pensando que es así. Entonces recurría a mi abuelo, aprovechando las vacaciones escolares, marchaba con él al monte y le preguntaba cualquier duda.

«Gabriel, hay dos cosas buenas que ha hecho el que está allá arribadecía mirando al cielo—, de la misma forma que nace un pobre, nace un rico, salimos al mundo a través de la abertura de una mujer…, y acabamos también, tanto los que tienen como los que no, de la misma manera, partiendo de él mediante una abertura en la tierra».

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora