No pude dejar de mirarla.Desde que salimos del hospital, fue el entretenimiento al que me sometí mientras paseamos por algunos de los bellos rincones del pueblo hasta que se unieron Diego y Laura con su hija Alex y mi hermano con Esther, al acabar su jornada en el hotel.
Fuimos bordeando la muralla que rodeaba parte del pueblo. Era unos de los lugares más tranquilos, ya que la plaza la cual por la tarde cuando me encontré a Alice estaba desierta, por la noche, se había llenado para ver el espectáculo que habían organizado para las fiestas.Se quedó fascinada al ver el castillo y sus alrededores que, dobló su tamaño imponiéndose majestuoso con la iluminación nocturna. Y el sonido de los grillos, el búho real, junto con el gorjeo de pájaros y de fondo el balbuceo del rio. Y yo, fascinado y hasta por instantes incrédulo, con el pecho henchido y comprimido de que, estuviera aquí…mi Alicia.
Como imaginé, lo ocurrido en la plaza llegó a oídos de Santi, el cual llamó a mi madre para saber si me encontraba con ella ya que, aunque el móvil estaba de regreso en mis manos, él no lo sabía. Fue cuando quedamos en vernos cuando saliera del trabajo.
Era extraño que no me hubiese preguntado qué hacía ella aquí. Aprovechó un receso mío cuando me agaché para atarme el cordón de la zapatilla.
—Pobrecilla, ha ido como la falsa moneda, que de mano en mano va, y ninguno se la queda —dijo mi hermano, observando al resto que avanzaban delante nuestra.
La pequeña Alex estaba cansada y era tarde. Había ido en brazos de uno y otro.
—Al final se ha dormido y ahora le toca a su padre —reí burlón—: Se ha «escaqueado» de llevarla en brazos.
—¿Por qué no me habías dicho lo tuyo con Alice? —preguntó, por fin.
Me incorporé de la posición inclinada. Santi me observó con una sonrisa burlona. Salió del trabajo sin cambiarse. Pantalón y camisa negra era el atuendo de barman que utilizaba en el hotel.
—Los rumores que te han llegado esta tarde sobre nosotros son falsos.
Santi sonrió levemente. La única persona a la que se lo había confirmado era a mi madre y, él, solo se estaba acogiendo a los cotilleos.
—Sabes que los rumores son tan ciertos como que en este pueblo hay vestigios íberos, romanos y árabes.
—Pero es verdad. Alice sabía que venía al pueblo y ha aprovechado que estaba aquí para que le sirva de guía, porque le interesa por el enclave turístico que hay, para en un futuro próximo su empresa construir un hotel.
Nos habíamos puesto a caminar para alcanzar al reducido grupo, pero Santi se paró, echando su espalda hacía atrás. En el lugar que nos encontrábamos la luz era escasa, a pesar de ello, pude ver sus cejas enarcadas ante la mentira que salió de mi boca.