—Je m'appelle, Owen —repitió varias veces.
Apenas hacía cinco minutos que habíamos cerrado la tienda. Mientras iba colocando las plantas que sacábamos al exterior a su lugar correspondiente, Owen pasaba la escoba, recogiendo las hojas y polvo del suelo, a la vez que escuchaba a través de los auriculares un curso básico de francés.
—Je ne comprende pas.
Sonreí por lo bajo. Se encontraba tan concentrado en sus repeticiones que algunas de las hojas caídas se las iba dejando sin recoger cuando pasaba el cepillo. Desde que en su viaje a París conoció a Marie, no había día —según me contó—, que no conversaran unos minutos. Le había dado fuerte la francesita. Parecía un adolescente, esperando con ansia hasta que se hacía la hora para una conexión con ella.
—Arrêtez! Au voleur! —exclamó en alto.
No me pude contener en responder ante su última frase.
—Au secours! —grité.
No sabía mucho francés, pero si lo básico para entender las típicas frases de uso de viajero para desenvolverte. Y de provenir de un pueblo turístico, cuando me tropezaba con algunos de ellos preguntando alguna dirección.
Owen dio media vuelta y soltó una carcajada. Ya lo creo que le gustaba Marie, más bien se había enamorado. Las señales eran tan escandalosas como su risa. Y de ésta última se repetían a diario.
—¿Por qué has gritado socorro? —preguntó mientras se quitaba los auriculares.
—¡Alto! ¡Ladrón!, es lo que has dicho. Te faltó pedir auxilio. —le quité la escoba y recogí las hojas que se había dejado—. ¿De verdad crees que te hará falta saber esas frases?
Owen, suspiró.
—Nunca se sabe, pero son frases hechas del manual y repito todo lo que dice. Parezco un loro. —Puso los ojos en blanco—: Me cuesta pronunciar y tener que poner morritos.
—A lo único que tienes que poner morritos es a Marie, cuando vayas a comerle la boca y decirle: mon amour, deja que toque con mi lengua la campanilla.
—Roko, no empieces que te veo venir —carraspeó para evitar reír por lo que acabé decir—: Si no fuera porque eres un buen jardinero y muy trabajador, ya te hubiese despedido.
—Hombre, más que nada es para darte vidilla y vayas embalado cuando la vuelvas a ver.
Hoy era un día que me encontraba relativamente tranquilo e hizo que quisiera bromear con el jefe. Fue un día de llamadas. Harry, informándome del retraso, me dio un margen de seguridad y no llegar precipitado. La de mi hermano, diciéndome que ya había hecho el boceto, empleándose a fondo en él durante el fin de semana cuando salía de trabajar. Ya lo había enviado a una empresa de mensajería, asegurándole que lo recibiría para el jueves. Desenfundó tan rápido sus lápices, como Billie «el niño» hacia con sus pistolas. Tenía ganas de verlo, después de explicarle y enviarle fotos de un catálogo de una empresa con todos los accesorios que quería poner y, detallarle como quería que fuese colocado, me envió una foto cuando lo acabó. Sabía que Santi lo iba a bordar, pero no imaginé que me fuera a dejar sin palabras. En cambio, de él salieron muchas.