Capítulo 9.1

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El mejor recibimiento que tuve el primer día que me presenté para hacer el trabajo en RJH Greene fue sin lugar a dudas el de Carol, la recepcionista. ¿A quién no le gusta llegar al trabajo y te reciban con una gran sonrisa? A pesar que hacía unas semanas, acompañado de Fiona Greene fui a ver lo que tenía que hacer, y sabía a donde tenía que dirigirme el primer día que empecé, Carol se ofreció para cualquier cosa que necesitara.

«Si necesitas algo, pídemelo. No te cortes». Esas fueron sus palabras al presentarse.

Desde ese día cuando tenía oportunidad, subía trayéndome un café, agua o simplemente hablar un poco. A mi favor tenía que decir que gracias a la publicidad que hizo de una foto que colgó en una de las redes sociales, a la tienda de Owen llegaron clientes nuevos.

—¡Buenos días, Carol! —La saludé nada más entrar.

—¡Hola, Roko! —me dirigí hacía el ascensor—. Espera…Tengo que darte algo. ¿Llevas la lata?

Dejé la mochila y caja de herramientas que llevaba colgada al hombro, en el suelo. Carol se levantó y acercó con un pañuelo de papel en la mano.

—Te dije que no los cogieras.

Saqué de uno de los bolsillos laterales que llevaba el pantalón, una pequeña lata de cacahuetes. Le quité la tapa y cogí el pañuelo que me dio.

—En estos dos días que no te has pasado he encontrado algunos. El último estaba en la maceta que hay al lado del ascensor, pero como están al girar donde me encuentro no puedo saber quien ha sido.

—No tienes que vigilar, ya te lo dije la última vez.

De nada servía mi insistencia cuando inclinó la cabeza para mirar dentro del recipiente.

—¿Cuántos hay en la lata?

—Pues con estos cuatro… —Los desprendí del papel y conté—: Ya son quince chicles.

Carol hizo una mueca de asco.

Todo empezó el primer día, antes de empezar con el arreglo de la terraza, fui piso por piso del edificio para revisar el estado de las plantas. Fue otros de los encargos que tenía que hacer a petición de Fiona. En la tierra de una de las macetas encontré dos chicles. Al revisar las demás encontré de nuevo otro en la cara interna de una hoja. Me cabreé bastante. Desde ese día lo primero es  hacer un recorrido y revisar todas ellas, mirando hoja por hoja. Hasta a día de hoy; unos cuantos chicles depositados en la tierra o pegados en las hojas. Carol se dio cuenta de mi cabreo y se lo conté, desde entonces, también ella hace inspecciones rutinarias.  Por mucho que le dijera que no hacía falta porque era mi trabajo y no el suyo,  insistió en ayudar y vigilar cuando su trabajo le permitía. Tenía asumido muy bien su papel de Watson.

—¿Has pensado que harás con los chicles cuando demos con el culpable? —preguntó cruzando sus brazos sobre el pecho.

—Había pensado, ahora que están duros como una piedra —le guiñé un ojo—: Hacérselos comer hasta que se pongan blandos de nuevo.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora