—¿Por qué no te has cogido el día libre? —Fue la segunda vez que Dougal me lo preguntó—. Me paso por tu casa y ahora resulta que te vas a trabajar.
—Podías haber pasado el fin de semana que no he salido de ella.
A las ocho de la mañana fui a una revisión en ginecología. La cita la tuve que posponer hace tres semanas por trabajo. Me aterraba preguntar como iba todo. El miedo a un nuevo quiste y que se complicara como hace unos años me suponía tanta ansiedad que me cogía el día libre cada vez que lo visitaba.
Solo pasó diez minutos que llegué a casa cuando se presentó mi hermano.
—Cada vez que vas al médico te coges el día entero.
—He cambiado de idea y quiero pasar un rato a la oficina.
Pareció no importarle demasiado. Se descalzó sus deportivas y se acostó en el sofá.
—¿Es por si está Roko? —Lo miré estupefacta desde donde me encontraba en la cocina.
Una sonrisa burlona le cruzó de lado a lado.
—¿Por qué dices eso? —protesté.
—El viernes por la noche mientras cenábamos, papá contó como lo defendiste.
—Más que una defensa, era un derecho que le correspondía —abordé—: Se nos olvidó comentarlo a tío Ray.
—Entonces fue una defensa por sus derechos. Sé como pasó todo. —Me quedé con la boca abierta—. Cuando hizo el comentario, mamá quiso saber todo.
¿De qué me sorprendí? Lo raro era que mi madre no hubiese dicho nada a mi padre, porque no hubiese reparado en decírmelo cuando coincidimos. Imaginé las muecas de ella cuando lo contara, aguantando el soltar: «Tu hija tiene algo con Roko». Conocíamos esa expresión tan suya cuando se refería a una relación que no se había hecho pública. Como si el salir con alguien con el que apenas te estás conociendo, era un hecho que había que anunciar a bombo y platillo.
—Ya sabemos como es ella, le gusta enterarse de…
—¿Del jardinero?
A pesar de que su expresión para referirse a él con su profesión no sonó despectiva, me dieron ganas de lanzarle el terrario de cactus que me regaló Roko y llevaba entre mis manos. Estaba apunto de regarlo, si hubiese sido de plástico ahora mismo se lo hubiese lanzado.
—¿A que viene eso, Dougal? La solución que dio papá no fue muy acertada en que presente un boceto del proyecto.
—No veas como me reí —se carcajeó—. Me recordó cuando iba al colegio y la profesora nos decía que, quién hiciera el dibujo más bonito, se llevaría para el fin de semana el cuento de, El Libro de la selva.