Seguí hechizada observando a Roko cuando dio la vuelta para cerrar la puerta, en la oscilación que hubo en los pliegues de su falda cuando se puso en movimiento. Porque eso era lo que llevaba, no la bata larga que creí ver abajo en la semipenumbra de la tienda. Su pelo lo llevaba por completo recogido en un alto moño, sin esos mechones rebeldes que normalmente le caían sobre un lado del rostro, acrecentando en mayor intensidad el halo de la sensualidad.
—¿Quieres que hablemos dentro o fuera? —me preguntó cuando entramos y señalé el exterior—. Estaba en la terraza por la buena noche que hace… —Me pilló mirando embelesada su cuerpo—. Lo compré en Japón. No es un falda aunque lo parezca.
—Nunca había visto una prenda asi —contesté en una mirada distraída hacia el gato.
—Hakama, así es como se llama. Es un pantalón muy holgado, tiene siete pliegues que representan las virtudes de un guerrero. Era muy común en los samuráis en los campos de batalla. —Lo llevaba atado en la cintura en dos cintas—. Lo de arriba —dijo, señalando la parte superior—, es el kimono. No me lo pongo mucho, hoy lo he hecho para tomar la luna. Gracias a Romeo Mercucio que maulló, escuché de casualidad que habías llamado.
Debí agradecer al gato lo atento que estuvo. Lo observé dando saltos de un lado a otro por encima de una pequeña pelota. Dándose cuenta de mi presencia, se acercó con sigilo y pasó restregándose entre mis pies. Después le gustaron los cordones de mis zapatillas de lona blanca y comenzó a jugar con ellos. Una uñita se quedó enganchada a ellos. Roko se agachó y con cuidado logró desprender el cordón de ella.
—¿No puedes estar un ratito tranquilo? —Le habló levantándolo en alto, luego desvió su mirada hacia mi—. ¿Te apetece beber algo? Yo voy a prepararme un whisky. ¿Te preparo uno?
—Prefiero solo agua.
Me hizo sentir un poco relajada. Esperé que una vez arriba comenzara preguntar y no fue así.
—Si no te importa... —extendió su mano con el gatito en ella—. ¿Puedes cogerlo un momento? Si lo dejo en el suelo, de nuevo volverá a los cordones de tus zapatillas.
Había crecido bastante desde la noche que me quedé a dormir, en cambio, en la mano de Roko parecía un pequeño peluche. Por muy extraño que pareciera nunca había cogido un gato. Lo tomé con cautela. Roko me miró extrañado y sonrió de medio lado al ver mis brazos extendidos aguantando a Romeo suspendido en el aire, como si fuera una extraña criatura.
Salí al exterior dejando a Roko en la cocina. No me extrañó que dijera que estaba tomando la luna. Estaba en todo su apogeo, como un melocotón gigante.
Aprecié los grandes cambios producidos desde la última vez. Lo había convertido en un bonito rincón. La calidez de unas guirnaldas iluminaban el pequeño jardín; el cual había crecido considerablemente.
Me senté de lado en una tumbona y dejé sobre mi regazo a Romeo. Me entretuve acariciándolo hasta que se hizo un ovillo y llegó Roko con las bebidas. Se sentó en la tumbona que había al lado, rozando sus rodillas con las mías. Dejó los vasos en el suelo para coger al gato, pero apoyé mi mano sobre la suya para que no lo hiciera.