Llegué a casa con ella todavía en mis brazos. Accioné el interruptor que había en el pasillo y alumbraba el patio interior. Iluminando con la luz necesaria mi habitación. La dejé en el suelo y sin separarme le bajé la cremallera del vestido, que resbaló cayendo por su cuerpo.
No podía esperar más.
La besé con profundidad, desatando en él las ganas contenidas. Un beso azucarado y goloso causado por el bendito ron. Acaricié sus hombros y bajé mis manos por sus brazos hasta llegar a su pecho que, cubrí con una ligera presión antes de deslizar los tirantes y desabrochar los corchetes en la espalda de su sujetador, cayendo al suelo junto al vestido. Me relamí como nunca. Alice jadeó en una respiración acelerada que hizo ascender y descender su pecho, al pasar las palmas de mis manos en movimientos circulares por ellos que, besé y lamí hasta endurecerlos.
—Gabriel. —Me llamó con la voz ahogada.
—Relájate y déjame.
Fundí mis labios con los suyos sin exigencias y, que tomara lo que quisiera de mi. Tanteó mi lengua con la suya y comenzó a desabrochar cada botón de mi camisa que retiró introduciendo sus manos por dentro, acariciando mi pecho, mientras mi mano seguía la curva de su tenso vientre, hasta llegar a la calidez y humedad de su sexo.
—Me vas a volver loco —susurré con la voz entrecortada. Jugando con mis dedos en su interior.
—Roko… para…Gabriel —murmuró con el cuerpo laxo.
Me estremecía. Me iba a volver loco. Dos nombres y un solo hombre.
—No, mi amor. Voy a seguir.
El placer que veía en sus ojos entrecerrados y llorosos, era el mio. Su boca entreabierta y jadeante, era la mia.
Seguí acariciando en una mayor fricción, aguantando su peso por la cintura. Pequeños espasmos comenzaron a llegar al percibir el temblor en sus piernas, en la cálida respiración que golpeaba mi cuello, sintiendo como se deshacía en mi mano cuando llegó en un rápido orgasmo.
Alice echó la cabeza hacía atrás, dejando expuesto su cuello al que yo me abalancé para besar y aspirar el potente aroma femenino que, rezumaba por todos los poros de su piel, a pesar del dulce dolor que seguía en mi y ella notó.
—Ven —dijo y tomó mi mano hasta llegar a los pies de la cama.
Alice se desprendió de la única prenda que todavía llevaba puesta y yo me quité apresurado los pantalones y ropa interior. Nos tumbamos y, ella a mi lado comenzó a repartir pequeños besos por mi cara.
—Quiero tocarte.
—Haz conmigo lo que quieras, soy todo tuyo.
Entrecerré los ojos como había hecho ella, dejándome llevar por las suaves caricias, recorriendo y explorando cada detalle de mi cuerpo. El placer se intensificó cuando acarició con su mano la longitud de mi miembro palpitante y que acogió la calidez de su boca. Tensé las piernas y respondí con un gruñido y la respiración desbocada.