Regresamos a Brixton. Esta vez la vuelta fue un paseo relajante, sin salir a relucir el tema de los trabajos sexuales. Alice estando consciente, no se hubiera atrevido con semejante propuesta. Un par de veces en el coche estuve a punto de soltar una carcajada recordando su petición, digna de trending topic. Dejamos primero a Brenda en su casa. Una vez llegamos a la tienda de jardinería y despedirnos de Cameron y Katia, tuve que indicarle que guardara silencio. No quería que se pudieran escuchar las voces y despertar a Owen y Evangeline.Encendí la luz que accedía a la planta superior de la tienda y a mi habitación. Subió las escaleras sin necesidad de ayuda, pero no me fiaba de que pudiera caerse. Aún era visible la inestabilidad en su cuerpo, por lo tanto, antes de que subiera a pesar de tener la retaguardia cubierta, le quité los zapatos.
Nada más entrar nos recibió los tristes maullidos de Romeo Mercucio. Alice, ni tan siquiera se dio cuenta de la presencia del minino, el cual ya sabía trepar enganchándose a las sábanas para subir a mi cama.
Y ahí estaba, encima de ella hecho un ovillo la bola de pelo rojizo y ojos azules, mirando con curiosidad a la invitada.
-Necesito ir al baño -dijo, con el típico baile de piernas cruzadas cuando ya no aguantas más que, sumado a la falta de equilibrio, caminaba a trompicones. La acompañé hasta él.
-Iré a buscar algo de ropa para cambiarte. Ten cuidado. -Le advertí y cerré la puerta.
Quedé unos segundos apoyando mi frente en la puerta del baño. Intenté no ponerme alarmista, pero a una persona ebria nunca se le debe dejar en ningún momento sola.
Busqué entre los estantes del armario alguna prenda que le sirviera para dormir. Al final opté por una camiseta blanca que solía ponerme para estar por casa y, un pantalón corto. Colgado en él, seguía el kimono que le compré en Japón, regalo por su hospitalidad de los días que me quedé en su casa la primera vez que llegué y, no había encontrado la ocasión de dárselo. Cuando lo compré lo envié para España, no quise que se dañará durante los meses que estuve fuera. Se lo daría por la mañana que estaría despejada.
Minutos después de que entrara, escuché un grito. No pregunté, accedí asustado al baño. Sabía que no tenía que haberla dejado sola.
-¡Alice! ¿Qué haces...? -Comenzó a reír sin parar. Estaba dentro de la ducha sentada, vestida y empapada de agua.
-Me he resbalado -la ayudé a levantarse, sacándola de la ducha y la senté sobre la tapa del inodoro-. Manché el vestido de pasta de dientes.
A un lado del lavabo encontré mi cepillo de dientes que acababa de utilizar.
-Y lo mejor que se te ha ocurrido es limpiarlo sin quitártelo y en la ducha -dije, mientras cogía de la estantería de debajo del lavabo un par de toallas-. Voy a quitarte la ropa antes de que cojas frio. La ducha exprés que te has dado ha sido con agua fria. En tu estado con esa temperatura podría haberte producido un shock.