Capítulo 11.2

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—¿Te pongo lo de siempre? —preguntó Brenda—. No estaba del todo segura de que vinieras. Hace bastantes días que no te pasas y antes casi lo hacías a diario.

—Será porque me estoy volviendo viejo.

—Inventa otra excusa mejor.

—Mmm...Tengo más trabajo de lo habitual. ¿Te vale esa? —Brenda me miró con cara de circunstancias. Fue gracioso observarla elevando un lado de su labio superior, al igual que su ceja.

Me sirvió el vaso de whisky. Desde que vi a Alice como lo tomó, empecé hacerlo igual. Tuvo razón que se apreciaba mejor y porque me recordaba ese noche. Era beberlo como lo hizo ella y visualizar su boca y garganta. Ahora más que nunca ya que había probado la miel y todos los dulces en sus labios.

—¿Has visto a Katia? —me preguntó—. Como la tienes casi al lado de la jardinería. Le avisé para que también se pasara con Cam.

—No. A veces me paso un rato, pero hoy no he tenido mucho tiempo. La que se pasa a diario es Evangeline, así que ya sabes, si quieres información fresca le puedes preguntar a ella.

—A este paso, Evan acabará siendo peluquera. Alguna vez que me he pasado, se encontraba allí, recogiendo con la escoba los pelos que hay en el suelo. Y pidiendo a Katia, por favor, que la dejara lavar la cabeza a alguna de las clientas. —Brenda puso los ojos en blanco—. Imagínate si la hubiese dejado, más de una espalda hubiera acabado chorreando.

—¿Quién sabe? Igual lo hubiera hecho bien.

—Doy fe de ello —inclinó su cuerpo en la barra, para acercarse—. Me ofrecí de conejillo de indias y el agua que me tiró encima me empapó hasta las bragas.

—Mujer, son gajes del oficio —aguanté la risa—. Un par de veces más y le saldrá bien.

Brenda se incorporó y se llevó las manos en la cadera.

—¡Pues ya sabes lo que tienes que hacer! —me señaló con el dedo inquisidor—. Ofrecerte para ello.

«Ni muerto».

Las dos palabras se quedaron sin salir de mi boca. Hubiese tenido que darle la razón. Pero con la tarde que me había dado intentando hacer la trenza, había tenido suficiente. Como le diera más vidilla a Evan, acabaría con las uñas pintadas, el pelo estilo emo y pintarrajeado como una puerta. Para Evangeline éramos juguetes con los que se entretenía. Yo, la mascota mayor que más torturaba.

Como siempre, el local estaba muy concurrido. Observé mucha cara nueva y joven; tal vez universitarios, o por el grupo que se estaba preparando para tocar. Era la primera vez desde que venía al Black Rose que los veía, sería su primera actuación en el local, porque algunos volvían a repetir alguna que otra vez.

—¡Brenda! —exclamó una voz detrás de mi—. Necesito que prepares un cóctel.

Al girar me encontré con Niall, el encargado que llevaba el local. Un hombre más o menos de mi edad. Por el Black Rose pasaban clientes de lo más variopinto, según el grupo que llegara a tocar esa noche. Niall, era uno de ellos; siempre vestía con traje en tonos oscuros, pero debajo nunca una camisa. Era un incondicional de camisetas de bandas que marcaron una época... Un antes y después: The Who, Joy Division, Sex Pistols, Artic Monkeys y la del nombre del local para dar publicidad.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora