Me arrepentí de haber abierto la boca y contarle desde que llegó Roko hasta en el momento de incertidumbre que me encontraba. Su visita por sorpresa en la empresa me descolocó. Era una de las personas que mejor me conocía o la que más. Y le fue fácil reconocer pequeños gestos —según me dijo— como hablar muy rápido y atropellado cuando le pregunté como se encontraba él y su familia. Eso o el antiojeras que estuve usando durante estos días y me olvidé poner, me delatara.
«¿Qué es lo que ocurre, Alice? Sabes que puedes confiar en mi», fue lo que me dijo para acto seguido comenzar a contar todo.
No me interrumpió en ningún instante. Es lo que tenía. Sabía escuchar. Le hablé de mis salidas con Roko y de los sentimientos que había despertado en mi, los cuales cada vez estaban más arraigados. De la fuerte atracción que sentía, su humor, de su interior que contrastaba con su exterior. De la dulzura y compresión cuando le conté lo acontecido en mi pasado. Después, la foto de la policía y el mensaje con la advertencia.
Cuando acabé se puso a dar golpecitos con los dedos sobre la mesa del despacho y, percusionista no era. Su mutismo cuando terminé fue lo que me hizo arrepentirme. No me debí extrañar siendo una particularidad en él: digería cualquier información con la lentitud de una tortuga para después ir dosificándola.
—¿No vas a decir nada? —Menos mal que cesó la musiquita—: Ian, por favor.
Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
—Claro que voy a decir, pero por partes.
Hice un pequeño mohín de aprobación y relajé la tensión acumulada en mis hombros.
—Lo quieres. —Tampoco es que hubiese descubierto nada después de todo lo que conté, pero fue muy directo al atreverse a pronunciar el verbo que yo callé—. Es la primera vez que veo realmente que estás enamorada. Ya te noté un poco rara la noche que cenasteis cuando vino Santi y Esther.
—Ese día no me encontraba muy bien y casi no podía a hablar del dolor de garganta.
—Ya.., ¿y a Roko que le dolía? ¿Los ojos de tanto mirarte? —blanqueó los suyos—. Creí que esa noche iba a quedarse tuerto. Después dije de llevarte a casa y él enseguida se ofreció. Hasta pude oler la testosterona que salía de su piel.
—Ian…
Me sonrojé.
—Alice, lo de las feromonas es tan cierta como la «Teoría de la relatividad» —inclinó un poco su cuerpo sobre la mesa—. Ya lo dijo Einstein en una carta escrita a su hija contándole sobre la relatividad del amor, donde decía que, «el amor es gravedad pues hace que las personas se sientan atraídas por otras y es potencia porque multiplica lo mejor que tenemos”. Y esto lo dijo el físico más importante de siglo XX.
En estos días sin saber de Roko, no hubo ni un intentó de sonrisa en mi, pero el comentario de Ian me hizo esbozar una. Razón no le faltó y quizás esa hormona, feromona, teoría o lo que fuese y que debía tenerla en su nivel más alto, fuera la causante de la fuerte atracción que siempre me produjo.