«Te doy cinco dias».
Esas cuatro palabras que dijo mi padre, las cumplió. Me quedé tiesa, cuando el jefe que llevaba la obra de los apartamentos me comentó que ya no hacía falta mis servicios, y que podía marchar a Inglaterra. A pesar de ello, y no poner un pie en la oficina, no me marché de Mérida, lugar el cual se iba a realizar la obra. Dos días después me llamaron para que me presentara de nuevo. Ilusionada, pensando que habría reculado y pudiera quedarme, la sorpresa no se hizo esperar cuando me dieron la carta de despido. Me quedé muerta en ese instante. Su amenaza la llevó a cabo, al no estar de vuelta en mi país. No firmé el despido, pero si hice las maletas. Era jueves de madrugada cuando regresé a Londres. No avisé a mi familia, de todas formas estaba segura que sabrían de mi regreso. Y mi padre tampoco lo hizo, porque sabía de sobra que el teléfono no se lo iba a coger. Me sorprendió que mi tío Harry, el hermano pequeño de mi padre y jefe de recursos humanos no me echara una mano. Era él, quien muchas de las veces, le hacia comprender a mi padre sobre sus ideas de traerme de vuelta cuando trabajaba fuera. Pero esta vez no fue así y redactó mi carta de despido. ¿Qué habría pasado para que no me ayudara?
De nada servía estar dando vueltas hasta que no hablara para poder tomar una solución. Tenía que hablar con mi tío y me explicara el motivo que puso en mi despido: «Reorganización de plantilla». ¡No lo podía creer! Lo que más me gustaría saber, es quién le dijo a mi madre que no salía en mis ratos libres en los países que he trabajado. Aunque estaba casi segura que tuvo que ser mi tío Ray, el hermano mayor y cotilla de los tres. El que más responsabilidad llevaba en la empresa, y siempre se enteraba de lo que pasa dentro y fuera de ella. ¡Y como no!, siendo su sobrina, se habría encargado de estar al tanto.
El día lo pasé sin salir de casa. De la cama al sofá. Quería dormir y no podía. Me puse a limpiar; la mayoría de veces al estar cerrada solo era un poco de polvo y está vez menos, después del corto viaje de diez días. Necesitaba estar activa, y pasé la aspiradora por toda la casa. Desembalé las maletas y organicé el montón de ropa. Al terminar me duché para relajarme, sin mucho éxito. Me coloqué un camisón de verano y de vuelta al sofá. Era las cuatro de la tarde. Revisé el correo y vi que tenía uno de Roko. De hacia una hora.
De: Gabriel Armendáriz.
Para: Alice Greene.
Asunto: ¿México?
Ayer estuve en casa de tus padres. Por el tema de las rosas del jardín. Pregunté a tu madre como te iba por México y me contestó que estabas de regreso. Supuse que era para largo plazo. ¿Todo bien?¡Vaya, las noticias volaban! En realidad, conociendo a mi madre y ahora que Roko se encargaría de hacer el trabajo del Sr. Baker en casa de ella, no era de extrañar. Pensar en Roko me producía escalofríos. Como ahora mismo y la primera vez que lo conocí. Como también el mantenerme desvelada toda la noche, el día que estuve con él en el Black Rose. Cuando lo busqué después de llegar tarde, me sorprendió abrazándome por la espalda, apoyando su mejilla casi en la mía. Quise controlar y no pude, me dejé arrastrar por su voz y brazos. Al despedirse volvió a hacerlo. Me abrazó tan fuerte que temí que pudiera escuchar los rápidos latidos de mi corazón. Después del tiempo que estuve sin verlo, solo un día bastó para comprobar de nuevo el encanto y magnetismo que me producía. La misma sensación que cuando lo conocí, igual a un pequeño huracán. Y por aquel entonces, de nuevo la inseguridad que creía haber superado, volvió a instalarse haciéndome frágil y vulnerable.