Capítulo 18.3

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Roko cogió mi equipaje y el suyo cuando estacionó frente a la casa de su madre

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Roko cogió mi equipaje y el suyo cuando estacionó frente a la casa de su madre. Me comentó que el coche era de su hermano y se lo dejó para que tuviera movilidad para ir de un lado a otro los días que se quedara, ya que Santi podía usar el de su novia Esther.
Me sorprendió cuando entré en ella. El exterior era rústico de piedra en consonancia con el pueblo, pero no su interior —diáfano con pocos muebles y moderno— el cual imaginé parecido.

Dejó nada más entrar en el pequeño vestíbulo y sobre una balda suspendida en la pared, los lirios que llevaba entre mis manos. Éstos acompañaron a una pequeña planta de lavanda y una foto, la cual cogió y besó.

—Lo hago siempre que llego de viaje y me vuelvo a marchar. —Dejó la foto enmarcada en su lugar—: Es mi padre.

No sólo el nombre compartían: eran iguales. Su padre con el pelo corto y sin barba. Las mismas pequeñas arrugas en las extremidades de los párpados y el mismo color de ojos. Hasta las dos finas arrugas que surcaban su frente.

—Huele un poco a pintura —dije antes de que pasáramos al  comedor.

—Ya me avisó mi madre que abriera las ventanas en caso de que permaneciera el olor. Pintaron la casa hace cinco días.

Abrió la ventana situada detrás del sofá azul con cojines rojos, haciendo juego con los dos cuadros que se hallaban sobre el aparador, resaltados sobre las paredes blancas. Me quedé observándolos.

—Son unas láminas que le regaló Santi hará  un año. A él le gusta todo lo relacionado con la pintura —señaló uno y otro—: Es La habitación roja y La ventana azul de Matisse. Si lo sé es por mi hermano, no tengo ni idea de arte.

—Lo tuyo es el arte de la jardinería. —Fue la primera vez que vi a Roko ruborizarse por un cumplido sobre su profesión.

Con el equipaje de ambos en su hombro, cogió mi mano tirando de mi hasta el final de un pasillo. Pasamos a una habitación amplia y austera: armario, una cama de matrimonio, donde descansaba a sus pies una gran jarapa de tejido grueso con colores vivos y, un escritorio el cual sostenía sobre él, dos grandes tarros de cristal llenos de canicas.

Dejó las bolsas encima de la cama y abrió la ventana que daba a un pequeño patio interior.

—¿Voy a dormir aquí?

—Vamos a dormir aquí. —Me rectificó—: Es mi habitación, aunque desde hace años solo he dormido en ella cuando alguna vez me pasaba quedándome un par de días como mucho.

—¿Desde cuando tienes una cama de matrimonio en tu habitación?

—Desde los dieciséis años. Fui un adolescente bastante grande.

Recordé cuando me contó que pesó casi cinco kilos al nacer. A la vista quedaba que toda esa corpulencia no le había abandonado en ninguna etapa de crecimiento hasta llegar a su edad adulta.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora