«¿No te gusta que te diga cosas bonitas?».
Deseé que los dos pisos que había subido se hubiesen convertido en diez y que no se cansara de decirlas, porque yo no me cansaría de escucharlas. Después llegó la frase.. Esa que podía ser de lo más vulgar y grosera, pero mis oídos la recibieron como un cumplido. Puede que fuera por ser él quien la dijera. El caso es que, si seguía hablándome en esos términos pronto empezaría a delirar, o quizá ya lo estuviera haciendo. Porque sus palabras las acompañada el fuego, ése que su cuerpo desprendía, que sería capaz de abrasarme y reducirme a cenizas. Cada palabra que salía de su boca las sentía como una caricia.
Susurrándome.
Rozándome.
Intenté mostrar indiferencia haciéndole creer que no me afectaba e, intentando convencerme que no me alteraba su cercanía. De nada servía el esfuerzo y la distancia, porque siempre en algún momento dado, acababa pegada a él. Mi voluntad iba cediendo poco a poco. Me producía vértigo. Pero él subía un peldaño quedando siempre por delante. Era imposible no sentirse atraída hacía Roko cuando poseía la atracción y fuerza de un imán.
Luego, estaba lo otro... su pasado, al cuál mentí al preguntar si tenía miedo, porque era cierto; si, lo tenía, pero no por estar a su lado. Tenía miedo de lo sucedido, a pesar de sonar en su voz como algo lejano.
Sentía una preocupación desmedida hacía el prójimo. Una virtud que vislumbré cuando lo conocí, esas pequeñas percepciones que intuía y acabaron en un total convencimiento de que eran certeras. Una cualidad que despuntaba y brillaba en él. Primero ayudando a Sonia, acompañándola hace dos años a Londres a pesar del poco tiempo que la conocía. Cuando estuvo hace unos días su hermano, preguntándole y preocupándose por muchas de las personas de su pueblo. Al contarme el porqué de su encierro, calló y cargó por completo con una culpabilidad que no le correspondía del todo. Calló por proteger a su colega y no separarlo de su hijo, cayendo en una trampa de unos mafiosos que, por rabia al no querer trabajar para ellos le destrozaron la suya, y quizá, fuera ése el motivo de la ruptura de su relación con su novia. Me sobrecogió el final al mencionar a su padre, uno más que cubrió bajo su ala protectora. Sin embargo, se embarró por completo cuando había comenzado a vivir al margen de ese pasado delictivo.
No me di cuenta de la presión que estuve ejerciendo con mi mano, hasta que sentí como se quebró la punta del lápiz sobre el papel donde estaba escribiendo unas anotaciones.
—Alice. —Giré hacía mi derecha cuando me llamó Lisa—. Tu padre, otra vez.
De nuevo y por segundo día consecutivo, comenzó a dormitar en su sillón dando pequeños cabezazos. Lo mejor de todo es cuando se lo decía, él con total frescura lo negaba.
—Si por lo menos corriera las cortinas, no veríamos el espectáculo.
—En estos días llega siempre el primero y luego se va el último —Le excusó mi compañera.