XXIII

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Un rato después cuando Natalia salió de la ducha ya tenía sobre la mesa un papel garabateado con la dirección de Alba.

-Alba está de cena, pero según Marta está a punto de llegar porque le ha escrito para avisarle. Ella va a cenar con su novio así que tienes vía libre para lo que quieras-escuchó que decía la asomada en la puerta de su habitación sin quitarle el ojo de encima.

- Pues para devolverle el cargador no voy a necesitar mucho tiempo- dijo mirando a su amiga con los ojos entrecerrados. María levanto los brazos en señal de paz.

-Pues nada, ya me contarás que tal va la operación devolución de cargador, y si quieres algo me llamas- dijo mientras su amiga salía por la puerta con el casco de la moto, hacía bastante tiempo que no la sacaba del garaje, le sorprendió, pero prefirió no decirle nada más.

Bajo las escaleras de dos en dos, entró al garaje y destapó la moto para sacarla fuera. Ya en la calle se colocó los auriculares antes de ponerse el casco y conectó la música, aleatoriamente sonó Sam Smith. Le pareció que una señora que pasaba al lado le miró con desaprobación, seguro que por los cascos en la moto pensó. Automáticamente tuvo una visión mental de su madre regañándola por hacerlo, tenía esa costumbre, y sabía que no estaba bien, hizo un amago de desconectarlo, pero finalmente se abrochó el casco y arrancó la moto bajo aquellos acordes.

Sentía el rugido entre las piernas, hacia tiempo que no la usaba y tenía verdadera pasión por ella, la sensación de libertad sobre dos ruedas era algo que no se podía explicar a quien no lo vivía con la misma pasión. A pesar de ir a 100km/hora para ella ir en moto era como ir a cámara lenta, podía pensar, discutir mentalmente consigo misma, ordenar sus ideas y desenmarañar sus emociones. En aquella moto se sintió libre para pensar sin pudor en su vida amorosa, Mikel estaba en Copenhague y ella no estaba segura de echarle tanto de menos como se suponía que debía, ¿cuánto tienes que echar de menos a alguien? También pensó en ella, aquella chica de ojos enormes, marrones, de insólito atractivo, recordó sus labios, su sabor era una mezcla de intensidades que no era capaz de definir pero que sin querer se filtraban por todos sus poros cada vez que rememoraba el momento, y ahora se dirigía directa al epicentro del huracán que había desatado su última tormenta emocional.

Aparcó la moto justo en frente de la dirección que le había dado María, miró alrededor, el barrio era bonito, divisó al menos un par de bares que estaban cerrados pero que tenían buena pinta. Se encendió un cigarro justo cuando divisó dos siluetas de mujer acercándose al portal, una de ellas sin duda era Alba, estaba irremediablemente guapa, imposible pasarlo por alto. La otra le resultaba conocida, cuando se giró un poco se dio cuenta de que era la chica que había aparecido en el bar cuando Alba y ella se conocieron. Inhalo una bocanada de humo y observó la escena. Se sintió algo contrariada, supuestamente entre ellas había habido algo y Alba lo había pasado mal, hasta el punto de que ella misma en un arrebato le había abrazado para echarle un cable cuando aquella tía se presentó en el bar. Lo recordó con una mezcla entre rabia y cosquilleo en el estómago, las miró, en realidad hacían buena pareja, y ella no tenía ni un solo motivo para sentir resquemor.

-Te invitaría a subir, pero no sé si es lo más adecuado aún- dijo Alba sincera y con un atisbo de duda en la mirada.

Julia se perdió un momento en aquellos profundos ojos, nunca lo había querido reconocer, pero la fugaz historia con Alba había despertado más emociones en ella de las que nunca se quiso parar a analizar objetivamente. Su sonrisa siempre le había perturbado, tan cálida, tan de verdad. Alba se dio cuenta de que los ojos de Julia permanecían en ella más de lo necesario, se sintió inquieta, con cierto pudor.

-Sí será mejor que me vaya porque empiezo a no ser responsable de mis actos y puedo hacer cosas que no tenia ni mucho menos pensadas- Alba la miró fijamente tratando de descifrar la narrativa de aquella chica, siempre tan ambivalente, tan esquiva con todo el mundo menos con ella, y dependiendo del día.

La ausencia de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora