La ausencia de la luz

P2. Capítulo XVII

'Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este mundo que llevo en la cabeza'

Becker 

Caminaron largo rato, su mayoría en silencio, como si no necesitasen demasiado las palabras, ¿acaso hablando se abrirían los cerrojos creados entre ambas? ¿de qué manera podía pulverizarse aquella sombra de realidad que les apretaba el pecho. Ninguna podía fingir, la sombra estaba allí, entre las dos, entre su historia, la cuestión era, si tal vez la luz de París podría ser suficiente para pulverizarla, si merecía la pena bucear para adentrarse en las profundidades, o si aquella historia era ya algo remoto que era mejor no tratar de alcanzar.

Sin apenas darse cuenta terminaron sentadas sobre el verde de la colina del Sacre Coeur, al fondo, la luz del horizonte parecía hervir con el color de las nubes desapareciendo y difuminándose frente a ellas.

-Desde que te conocí pensé en visitar Paris contigo- la mano de la rubia se deslizó de nuevo hacia el paquete de tabaco – tanta felicidad parecía sacada de un sueño, no parecía real- dijo negando con la cabeza y encendiéndose el cigarro que dejó una densa bocanada de humo entre ambas, tan densa como el peso de nostalgia que arrastraron sus palabras.

Natalia interceptó su mano y con suma delicadeza detuvo el camino de sus dedos haciéndose con aquel cigarro entre sus propias manos. Durante unos segundos sus ojos se encontraron, como dos espejos que se reflejan infinitamente sin poder evitarse, pero sin saber cómo encontrarse de verdad.

-Añorar el pasado es correr tras el viento...- dijo la rubia retirando la mirada y observando a la gente que de alguna u otra manera ocupaba aquel lugar.

Natalia volvió a clavar sus ojos sobre el perfil de su rostro, tratando de sentir hasta que punto aquello era pasado para la rubia, hasta qué punto su atrevimiento de viajar a París había ido demasiado lejos.

-Es un proverbio ruso- aclaró, haciéndose de nuevo con el cigarro que los largos dedos de Natalia le habían arrebatado con maestría segundos antes.

Natalia se tomó su tiempo para contestar, - Pasado, presente, futuro... creo que todo es una misma cosa al final, ningún concepto es único-

Alba pareció confundida – Eso parece muy filosófico, creo que todo esto es mucho más simple, nuestra historia es más simple- dijo entrecerrando los ojos.

-Nuestra historia ha sido todo menos simple- dijo Natalia, y se sorprendió a si misma de la aspereza con que aquellas palabras salieron de su garganta.

Aquel intercambio de palabras se perdía entre los soplos del instante. Las palabras no revelan quienes somos, eso lo sabía bien Natalia, lo sabía porque la boca de Alba decía una cosa, pero en su cuerpo y en sus ojos creía leer otras muy distintas, y quizás era eso lo que le mantenía aferrada a la esperanza, quizás fue ese atisbo de fe que sintió cuando se reencontraron en Madrid y que se mantenía adherido a su pecho reacio a abandonarla.

Frente a ellas, la gente paseaba inmersa en sus propios malabarismos. Anochecía, y, sin embargo, Paris siempre irradiaba luz. Entre ellas, y a pesar de todo, esa luz parecía discreta, intima, como un sentir silencioso que se niega a apagarse.

- ¿Tienes hambre? - dijo mirando hacia un vendedor ambulante cuya elegancia haciendo crepes hacía que dejar de mirarle se convirtiera en un ejercicio complicado. Alba la miró dudando, deseando ignorar sus ojos, luchando contra un deseo de tamaño complicado pero impulsada por una temeridad que iba más allá de lo normativo en aquella situación. – Venga- dijo la morena entusiasmada – Me muero de hambre, y tiene una pinta increíble, déjame invitarte, no me dejes comer sola, aunque solo sea hoy- dijo sonriendo y contagiando de tranquilidad a aquella mujer que notó como sus mandíbulas se destensaban ligeramente sin querer.