XXVIII

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Que curiosa la vida, todo cambiaba en milésimas de segundo, alguien lanzaba los dados y la diosa fortuna escupía sucesos aleatorios. ¿Se podía congelar el tiempo en un beso?, en ese momento donde no hay ni pasado, ni presente ni futuro, sino los tres.

La lluvia empezaba a caer de forma furiosa, ambas seguían en la misma posición como en una simbiosis temporal, estaban empapadas mirándose bajo la única luz de las farolas solitarias de la calle.

Por esa misma acera alguien caminaba apresurado, probablemente para ponerse a salvo de esa misma lluvia que para ellas no era sino su cómplice.

-Estás empapada- susurró Alba sobre sus labios, acariciándole las manos aún entrelazadas. La miraba, pero lo que pasaba por la profundidad de su mente era un misterio. Ambas temblaban, pero ninguna se movía de aquel espacio, en ese momento, miedos, excusas y otras trampas no existían

Natalia trago saliva, entrecerró los ojos y hundió su cabeza sobre el cuello de Alba, inhaló su olor y deseo agotarse en él por un momento, recogió lentamente con sus labios la lluvia que resbalaba por su cuello, su lengua no pudo menos que saborear momentaneamente aquella piel. El contacto hizo que Alba se estremeciera entre sus brazos, las piernas temblaban bajo su cintura, diluviaba, pero para ellas la lluvia era solo un tacto dulce de silencio.

Natalia se obligó a si misma a salir del trance, la miró nuevamente, posando ambas manos sobre sus mejillas, suspiró tratando de encontrar el equilibrio en la zozobra.

-Vámonos, necesitas secarte, no quiero que te pongas enferma- dijo con la voz rota, los ojos ardiendo y el corazón derramado como las mismas gotas de lluvia.

- ¿A tu casa? - dijo Alba insegura.

-Si te quedas aquí cogerás una pulmonía y he prometido que iba a cuidar a ti- dijo con dulzura cogiéndola de la mano para volver a la moto.

Y así se fueron, sin disculpa ni agravio esta vez, pero también sin más certeza que un nudo en el vientre. El trayecto a casa de Natalia apenas duró quince minutos, apurados al máximo bajo una lluvia que amenazaba a cada momento con sacar aún más sus fauces. Ambas estaban muertas de frío, aunque aplacado tal vez por aquella emoción desbordada. La cabeza de Natalia daba vértigo, cómo parar aquello si por cada milisegundo que había pasado en la boca de Alba lo mezquino y mediocre dejaban de existir, algo parecido a encontrar un verso entre los escombros.

En cuanto bajaron de la moto la lluvia empezó a caer a cantaros de nuevo, Natalia sintió el súbito deseo de echar a correr bajo ella y no mirar atrás, sumida en un abismo de duda por haberse olvidado del mundo entero y dejarse llevar hacía quién sabe qué, sin ápice de reflexión.

Alba la contemplaba a su lado en silencio, temblorosa, como si el miedo quisiera desbordar el espacio creando un lugar un propio para las dos. Para cuando pudo reaccionar Natalia ya había cogido su mano guiándola de nuevo. Subieron las escaleras en silencio, ambas se miraban solo durante escasos momentos tratando de intuir que pasaba por la mente de la otra, apartando la vista como si el mirarse demasiado las hiciera del todo vulnerables

Cuando Natalia abrió la puerta el piso estaba en absoluto silencio, nada, ni el ruido de una tubería quebrantaba aquella calma.

-Ven- dijo Natalia tirando suavemente de su cuerpo. Alba la siguió como un autómata, la temperatura del piso era el polo contrario a la de la calle, y eso hizo que fuese poco a poco más consciente de sus sensaciones corporales, podría jurar que le palpitaban los huesos, y el frío y el cansancio que se habían aplacado clementes regresaban para reclamar su deuda.

La ausencia de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora