Capítulo 10.

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El día siguiente pasó demasiado lento para Stacy, quien se despertó a eso de las ocho de la mañana para bañarse, acomodar su pieza, guardar todas las carpetas y cuadernos que ocupó durante la secundaria.

Tras haber hecho todas esas actividades, se recostó en su cama para estudiar un poco. Debía estudiar una cartilla que le pasaron para rendir el examen de ingreso en la carrera de Recursos Humanos.

Estaba contenta. Si bien, escogería esa carrera más por obligación de sus padres que por gusto propio aunque al final se terminó engañando a ella misma y haciéndose creer que le gustaba eso. La verdad era que a Stacy le apasionaban otras cosas completamente diferentes que, por la inclinación de su familia, no las podría estudiar o al menos no por ahora.

Su temor –bastante irracional porque sabía todo lo de la cartilla– no era por ella, sino más bien por Marcus y la presión que él ejercía sobre todos sus hijos, explicándoles que debían tener un título universitario para ser alguien la vida y poder tener un buen pasar tanto económico como familiar, porque los estudios y el dinero hacían la vida un poco más fácil. Y cada vez que podía, les ponía el ejemplo de su madre que era una mujer maravillosa pero una ama de casa que tuvo un destino diferente y logró casarse con un empresario. La intención de Marcus no era descalificar a su mujer aunque sus hijos no lo veían así y por temor a tener un futuro similar, le hacían caso a él referido a los aspectos del estudio, trabajo y vida.

Estaba en claro que Marcus era un hombre excelente de buenos negocios, perspicaz y cauto para tomar decisiones, y al mismo tiempo era sobre-exigente con todos a su alrededor, altanero y no pasaba tanto en casa como a todos les gustaría.

Pero ¿era algo bueno no? Que él sea de esa manera, porque así podrían tener una mejor vida.


Eran alrededor de las nueve de la mañana del otro día, Stacy se pasó casi dos días repasando entre nervios y pensamientos que carcomían su cabeza y seguridad.

Se había quedado dormida con algunos apuntes hechos a las apuradas sobre su pecho y cara. Despertó por la vibración de su celular informando que tenía varias llamadas perdidas y que la llamaban en ese mismo instante.

—Hola —contestó adormilada.

—¡Stacy, hasta que respondes gracias al cielo! —chilló del otro lado de la línea Maxwell agitado y mirando hacia el auto que se encontraba esperando que él ingresara a la vivienda, si es que podía hacerlo y eso esperaba Maxwell.

—Mmm, es muy temprano ¿qué sucede?

—¿Puedo quedarme en tu casa? Luego te explico ¿estás tus papás? —preguntó mordiendo sus uñas.

—No, no. Se fueron a eso de las seis de la mañana, pasarán el fin de semana en lo de mi tía creo.

—Genial, estoy afuera, me abres la puerta y te explico. Gracias. —Le cortó y asintiendo en dirección al auto—: gracias, puedes irte. —Al cabo de segundos se encontraba él sólo abrazándose a sí mismo y con los ojos llorosos, por suerte era domingo y no había nadie por allí despierto, además en el barrio en sí pocas personas andaban por la calle.

Suspiró mientras se decía que bajara los nervios y la ansiedad. Sin embargo, aquella acción se le dificultaba cuando el tiempo iba corriendo y todavía se encontraba él allí parado solo y asustado.

Esperó alrededor de cinco minutos más hasta que se calmó al escuchar los pasos y los pasadores.

—Hola, perdón —dijo ella besándole la mejilla y bostezando.

—Descuida y gracias. —Maxwell pasó cerrando la puerta tras él.

—¿Qué te parece si dormimos un poquito más y me cuentas?

Desde los ojos de Violet.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora