Prólogo

6K 242 53
                                    

"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancia. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper"

Su pequeña mente vagaba en aquella leyenda que su abuela le contó esa tarde.

« Un hilo invisible me conecta a alguien... »

No lo entendía muy bien. No sabía el significado de estar conectada a alguien que no conoce aún.

— ¿Asuna me estás escuchando? – habló su madre, chasqueando sus dedos.

— ¿oh? – contestó la menor, volteando a ver a su progenitora.

La mujer castaña negó con la cabeza enojada, le parecía una falta de respeto que la pequeña jugará con la comida a la hora de la cena.

— ¿Qué comiste en la tarde? – preguntó arqueando una ceja.

— N-Nada mamá – contestó, mirando de reojo a su padre; ambos tenían la misma expresión, estaban enojados.

— No te vas a levantar de ésta mesa hasta que hayas terminado – advirtió la mujer, señalando el plato de Asuna.

La menor tomó el tenedor y bocado a bocado empezó a comer la cena que tenía enfrente. Logró terminar, limpió su boca con la servilleta de tela blanca y volteó a ver a su madre.

— Mamá – llamó la menor, mientras jugaba con sus deditos.

— Ya te puedes levantar de la mesa Asuna – comentó, mientras tecleaba algo en su teléfono.

La peli naranja asintió y con mucho cuidado se bajó de la silla de madera, a pasos discretos se dirigió a su madre.

— ¿Tú crees en la leyenda del hilo rojo?

La castaña mayor levantó su mirada, la mirada de su esposo también cayó en su pequeña Asuna.

— ¿Hilo qué? – preguntó confundida.

— La leyenda del hilo rojo – repitió.

— Asuna, hija – llamó el hombre que se encontraba al otro extremo de la mesa. – Las leyendas simplemente son leyendas, los ancianos las inventan para tener historias que contarles a los niños, nada más. No debes creer todo lo que te dice una persona.

La pequeña infante prestó suma atención a lo que le decía su padre, no todo lo que te dicen es verdad...

(...)

— Eso me dijeron – respondió la pequeña, meciendo sus piernas yacía sentada en la pequeña banca del parque.

El hombre mayor a su lado sonrió y observó a su esposa que se encontraba al otro lado de su nieta.

— Tus padres no creen en la magia

— ¿Magia? – cuestionó la menor.

Su abuelo sacó una pequeña moneda de su bolsillo y se la mostró a la pequeña Asuna, la tomó entre su dedo índice y dedo medio.

— Cuando vayas creciendo, encontrarás a cientos de chicos que irán detrás de ti. Cantando serenatas, dándote regalos, entre otras cosas; puedes pensar que el amor está en uno de ellos – escondió la pequeña moneda detrás de la oreja izquierda de la menor. – pero en realidad está en otro lugar. – el hombre con su otra mano tomó la moneda que se escondía detrás de la oreja derecha de la menor.

La pequeña al ver el truco que ejecutó su abuelo, sonrió impresionada. Preguntándole a su abuelo como fue que hizo eso.

Las risas de sus abuelos se hicieron escuchar ante la reacción de la menor, les había parecido adorable de su parte tal acción.

La atención de la peli naranja se dirigió a una pequeña pelota de niños, que reían y hablaban sobre algo que no le era posible escuchar.

— Asuna cariño, ¿estás bien? – preguntó su abuela.

La ojos ámbar los observó detenidamente, hasta visualizar la razón de las risas. La pequeña se bajó de la banca y se iba acercando a los otros niños.

Sus abuelos no dudaron dos veces en ir detrás de ella. Observaron como su pequeña nieta corrió hacia los niños y empujaba a uno de ellos, se dirigieron lo más rápido hacia ella para regañarla. Su sorpresa fue en grande al observar atentos del porqué la repentina actitud de su nieta.

Un pequeño niño cabello oscuro, yacía tirado en el suelo, lleno de nieve y tierra.

— ¡No lo molesten! – regañó la oji ámbar.

— ¡Tú no te metas niña piojosa! – replicó el menor.

— ¡Oye, oye! Ya dejen en paz al niño de una vez, si no quieren que hable con sus padres – advirtió el hombre mayor que se encontraba detrás de la pequeña.

Los niños que se encontraban allí, se miraron entre ellos y uno de ellos arrojó el pequeño reproductor de música al suelo rompiéndolo, mientras otro estiró lo suficiente los auriculares hasta dañarlos, para así irse corriendo.

— Niños malcriados – musitó la mujer, tomando el brazo de su esposo.

— ¿Estás bien? – preguntó la pequeña, acercándose al desconocido.

— S-Sí... – respondió apenado. La pequeña infante tomó la mano del contrario y lo levantó con cuidado.

— Soy Asuna – se presentó la pequeña de cabello corto.

El pequeño desconocido la observó un momento, para observar la mano de la peli naranja que la extendía como saludo.

— S-Soy... Kazuto – respondió, estrechando su mano con la de ella.

Los adultos que se encontraban detrás de los pequeños sonrieron, un pequeño hilo rojo...

Hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora