Capítulo 2

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Habían transcurrido las primeras cuarenta noches, y los hijos de la luz descansaban en medio de un bello campo creado por el poder de los Ent, unos magníficos seres nacidos de la misma naturaleza que tenían el control sobre ella. Pero mientras ellos reposaban plácidamente, los amigos más cercanos de En'thalo seguían esperando despiertos a que descendiera de aquel lugar en que no quería que nadie lo molestara.

Esa noche, durante su habitual vigilia sin desprender la mirada del horizonte sin sentir el frío, algo terrible pasó, y En'thalo sufrió un desgarrador dolor en su corazón al sentir la partida del primero de sus hermanos, y con él, todos los demás uno a uno.

Un grito avasallante despertó a todos, y una brillante luz los cegó por un instante, pero luego esta se apagó por completo, y el ruido desapareció también.

Se dice que al haberse apagado la luz que emanaba En'thalo en ese momento, la tierra entera y gran parte de la creación parecían haber quedado a oscuras, y tuvieron que valerse del fulgor de las reliquias para poder ver.

Los amigos de En'thalo no pudieron resistir más y corrieron a su encuentro con temor, y tal como habían imaginado, este les contó qué pasó. Los titanes habían caído.

El pobre estaba desesperado y desconsolado, el dolor que sentía lo atrapó y no lo dejaba pensar bien, por lo cual se lanzó de lo alto de la montaña con la intención de volver a toda prisa.

Alleria, Tharluin y los otros, se lanzaron detrás de él para detenerlo, pero ni siquiera entre todos eran capaces de frenarlo, y seguía acercándose hacia su león alado para volver.

Pronto llegaron más de sus amigos al escuchar todo el escándalo, pero seguían sin ser suficientes para frenar tal fuerza ni siquiera un poco.

Seis, nueve, once, hasta que finalmente entre doce de ellos, y gracias a las súplicas de Alleria, pudieron detenerlo un poco pidiéndole que no dejara que el dolor lo haga actuar.

El león blanco de En'thalo también entendía lo que ocurría, se alejaba poco a poco a medida que él se acercaba; y al ver que todos lo frenaban finalmente se tranquilizó, y dejó de moverse.

No había dicho una sola palabra, pero se veía en sus ojos todo lo que sentía. Su mirada pura y cálida estaba decaída pues su corazón sufría un dolor muy grande.

No hubo tiempo de lamentarse, no hubo tiempo de sufrir la pérdida de sus hermanos, ni siquiera pudo respirar para componerse, ya que en ese momento un estruendo y violento movimiento asoló toda la tierra.

Los hijos de la luz gritaban y suplicaban a sus protectores que los salvaran, parecía ser el fin de todo, y fue entonces que vieron desde lo alto de aquella montaña, como la tierra devastada de Asolai, que era golpeada por relámpagos oscuros y sombras, terminó por desaparecer hundiéndose entre oleadas de fuego y fenómenos inexplicables que arrasaron con todo, dejando solo un enorme vacío que empezaba a cubrirse con las aguas que brotaban de debajo de la superficie.

La tierra siguió temblando por mucho tiempo, y por todos lados se veían inexplicables fenómenos que parecían estar por devastar todo, pero las razas más antiguas protegieron a las más jóvenes en todo momento mientras buscaban una nueva tierra a la cual llamar hogar.

Todo se dividía en pedazos a cada día, pero eventualmente los males empezaron a frenar.

Los hijos de la luz no habían tenido tiempo siquiera de darse con su nueva realidad, no tenían más opción que empezar su vida en esta nueva tierra, menos bella y más dura, con la ayuda de quienes juraron protegerlos a todos por igual.

Pasaba el tiempo, y el miedo a que ocurriera otro cataclismo como el que arrasó Asolai no se había ido, pero ahora al menos encontraron un lugar donde vivir.

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