Capítulo 32

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—Casi lo consigo— Susurró muy débil— Escapa...— Balbuceó suplicante con sus últimas fuerzas y la sangre brotando de su boca.

Vete... Laia...— Soltó tosiendo sangre e intentando empujarla, pero una vez más fue atravesado por otra flecha negra justo en el corazón, y mientras sus ojos se abrían por el dolor, su vida abandonaba su cuerpo.

La imagen de aquella escena era devastadora para Laia, no solo por ver a sus amigos morir frente a sus ojos, como había pasado hace poco con su legión, sino también por aquellas palabras que resonaban en su mente, tal como aquella vez cuando conoció a Astrid.

En aquellos días, el día de su décimo cumpleaños, en lugar de recibir un presente, como se acostumbra, Laia tenía las manos cubiertas con sangre de su agonizante madre, a quien más de diez flechas de sombra le atravesaban la espalda.

—Escapa hija, escapa por favor... Vete— Balbuceaba la delgada mujer que usaba su cuerpo como escudo para protegerla.

—No...— Musitó débilmente intentando limpiar la sangre de los labios de su madre.

Mami, no...— Repetía casi sin fuerzas al ver a su madre sufriendo.

—Hija, vete por favor, vete... ¡Vete ya!— Repetía la mujer sin dejar de llorar— Ve con Jane...— Exhortó intentando apoyar sus puños para levantarse, pero el daño era grave y cayó tendida al suelo.

Pronto unos enormes demonios se acercaban corriendo con apuro, como toros a punto de embestir a alguien mientras mataban a los pocos guerreros que quedaban a su paso.

Laia estaba aterrada y no podía parar de llorar, lo único que podía ver era a su madre sufriendo mucho y una horda de demonios que la quería matar; y en su mente, lo único que pensó en ese momento fue en cubrir el cuerpo de su madre con el suyo, con la esperanza de que ella se levante de pronto para tomarla en brazos y ponerse a salvo.

La pequeña cerró los ojos, a pesar de estar aterrada, era tan valiente como para haberse quedado ahí y proteger a su madre esperando lo inevitable, pero en ese instante sintió cómo un demonio que había llegado primero y la había hecho apretar aún más los párpados, ya no arremetía y ahora estaba en completo silencio.

Desesperada abrió los ojos para ver qué había pasado, pensando que tal vez su madre se había levantado y lo detuvo, y entonces vio una barrera de luz que la protegía de los golpes de aquella bestia.

El demonio afuera de la barrera mostraba con furia sus deformes colmillos, no podía llegar a ella e intentaba con fuertes golpes lastimarla, pero la barrera podía más.

Laia volvió a sonreír emocionada, pensaba que su madre la había protegido y ya estaba sana, pero al voltear la vista hacia ella, la lastimada mujer permanecía tendida en el suelo, con el rostro lleno de heridas al igual que el cuerpo.

De pronto una pequeña niña de dorada cabellera hasta la altura de sus orejas, saltó por encima de aquella barrera, y de un solo tajo cortó la cabeza del demonio con su espada antes de que este pudiera reaccionar.

Su sorpresa fue grande, no solo era una niña casi de su misma edad, también era una muy fuerte guerrera, y ahora además era su salvadora.

—¡Avancen!— Exclamó señalando al frente con su espada.

Por detrás de ella, pasando aquel pequeño montículo de tierra, llegaba una legión de ángeles en perfecta formación para apoyar a los guerreros que aún permanecían luchando. Finalmente habían llegado los refuerzos de Alborada.

En ese momento la barrera se disipó, y la pequeña se le acercó junto a otra niña de la misma edad con cabello rojo ondeado que llegaba junto a una sanadora más.

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