—¿Cómo lograste qué mamá me dejara venir? —Pregunté dejándome caer sobre el sofá.
—Tengo el don de la persuasión.—Contestó alzando ambas cejas.
—Claro, pero creí que no funcionaría con mamá.
—¿Por qué?
—Porque tienes un pene.
—¿Y?
—Ella cree que los penes corrompen a las niñas, es un pensamiento muy...
—Estúpido. Porque todo el mundo sabe que en las mujeres está el peligro.
—Sí, claro.
—¿Y la has obedecido todo éste tiempo?
—Obviamente.—Instantaneamente Damien llegó a mi cabeza y sonreí.
Notaba que la casa de Emir era muy parecida a la mía. Un solo piso gran sala, un pasillo interminable.
Se sentó a mi lado y su cara era iluminada por el sol de la tarde, relucían los lunares de los que alguna vez estuve muy enamorada. Miré hacia el frente y me incliné para tomar el control que estaba sobre una mesita frente a nosotros. Para así encender el televisor.
—Lo estaba olvidando... Esa está descompuesta. Tendremos que utilizar la que está en mi habitación.
—Que conveniente, buena técnica para llevarme a tu habitación, Emir.
—¿Qué? ¡No! De verdad no sirve. —Intenté encenderla con el control y no, no prendió así que abrí el control y cómo lo sospechaba, no tenía pilas. Él soltó una risa fingida y evitó mi mirada.
—Ok, iremos a tu habitación, supongo que tienes algo importante que mostrarme allá.
—Sí, obviamente. —Sabía que no tenía nada para mostrar, sin embargo quise ir. Su habitación era la última en el largo pasillo. Al abrir la puerta me encontré con lo que esperaba de Emir. Todo en orden, una habitación con un color oscuro y frío, con una gran ventana al lado de la cama.
Puse mi mochila sobre una mesita junto a su cama y me quité el abrigo.
—Puedes sentarte donde quieras.
—¿En serio?
—Pues sí. —Lo miré y reí, solo por molestar me senté sobre el gavetero de madera que estaba a unos pasos del armario.
—Vaya, que original.
—Gracias. —Me bajé de allí y fuí a la cama. Me acosté a su lado.
Diablos, solía besarme constantemente con Emir, pero a pesar de que lo quería demasiado no sentía nada más. Ahora de tan solo sentir sus brazos rodeandome automáticamente un poco de líquido caliente escurría de mi vagina y me mojaba la ropa, y me avergoncé de mí misma, (eso nunca lo había hecho) pero el deseo de sentir a Emir me estaba matando por dentro, así que me recosté junto a él y tímidamente tomé su cálido brazo con mis manos mientras mi cabeza se posaba ligeramente en su hombro.
¿Qué estás pensando, Gabriela?
¡Eso no! Además solo te está abrazando.Mi corazón palpitaba fuerte y por un momento me sentí incomoda, ya que Emir había quitado su brazo, pero en un segundo cambió todo, ya que él comenzaba a acariciarme el cabello y la espalda.
—¿Qué haces? – pregunté extrañada.
Nada… acariciándote – respondió él tranquilamente - ¿Te molesta que lo haga?
—No lo creo. – dije suspirando.
Me concentraba en la sensación de sus dedos acariciando mi espalda por encima de la blusa, él lo hacía con un poco de timidez pero me gustaba tanto que me acerqué más a el y lo abracé.
—¿Sabes que te quiero muchísimo, Gabriela?
—Eso me dijiste una vez.
—Generalmente se contesta con un: Yo también, yo más o gracias.
— Tú sabes que yo siempre salgo de lo general.
—Eso lo tengo por seguro.
Levanté un poco la cabeza para mirarlo a los ojos, su mirada penetrante quedó fija en mí y poco a poco su rostro se acercó al mío. Cerré los ojos, ansiosa de sentir sus labios, su respiración me hacía cosquillas en la cara y la punta de su nariz rozó con la mía. Sus labios tocaron los míos y sentí un toque eléctrico en todo mi cuerpo, sus labios eran tan suaves y el aroma de su respiración era tan embriagante que solo podía pensar en besarlo.
—¿Tienes idea de lo que está sucediendo?
—¿No quieres que pase?
—Debes comprender que tal vez nada sea igual después de esto.
—¿Tú crees? No es como si nunca nos hayamos visto desnudos o nos hubiéramos besado y ya sabes.
—Ya sé... Pero — No sabía que decir. Bueno sí, pero no quería decir nada.
—Genial, mi amiga de la infancia me acaba de rechazar sexualmente. Definitivamente esto me va a generar un trauma. —
No pude evitar reír ante sus ocurrencias.—Estás loco, puede ser raro o incómodo, pero no traumante.
—¿Eres psicóloga? — Preguntó sin mirarme.
—No.
—¿Puedes dejarme tranquilo con mi trauma?
—Bien. — Me separé un poco y empecé a ver la película que apenas empezaba.

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Mi Otra Yo
Teen FictionConmigo se confirma el dicho de "Las apariencias engañan" pues soy una chica tranquila hasta que la puerta de mi habitación se cierra.