Capítulo 1.

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Malú: Pffff, esto era justo lo que necesitaba después de tres reuniones de ventas con Liam - dijo mientras normalizaba su respiración de nuevo y miraba al techo tapando su cuerpo con las sábanas.
Johanna: Cada día lo haces mejor - se giró para mirarla desde su lado de la cama - ¿crees que podrás quedarte a dormir?
Malú: Johanna esto ya lo hemos hablado.. no quiero ningún compromiso. Además mañana por la mañana tengo dos videoconferencias con México a las que no puedo ser impuntual - se incorporó en la cama, se atusó un poco el pelo con las manos, cogió su camisa de Gucci, se enfundó sus Vuitton y se giró a mirar a la chica veinteañera a la que iba a dejar desnuda en aquella cama de metro treinta y cinco.
Con la misma seguridad que había llegado a esa casa hacía algo más de una hora, se despidió de la joven y bajó las escaleras para salir por la puerta.
Nueva York se alzaba imponente ante ella, oscura ya por la hora que era. Abrió su Range Rover y subió con prisa. El aire la despeinó aún un poco más.
Arrancó y el coche se perdió hacia el este de Madison Avenue.

Malú era directora de la revista Fraday Lorence. Después de estudiar Economía, Marketing y Dirección de Empresas, no pudo ver cómo tiraban a la quiebra la revista con más prestigio e influencia de los EEUU sólo por un par de malas decisiones. Se presentó como directora para volver a levantar todo aquello y cuatro años después ya lo tenía hecho.
La revista volvía a estar en la cumbre de ventas del país.

No le había sonado el despertador y ya tenía cuatro llamadas en su buzón. Una de ellas de Liam, las tres restantes de Johanna.
Escuchó el timbre de su casa y bajó a trompicones tapándose con su bata de franela para abrir maldiciendo a quien estuviese perturbando sus horas de sueño.

Malú: ¿Otra vez? Johanna... ¿qué haces aquí? - cruzó los brazos. Su cabeza sabía que tarde o temprano esta chica le pediría compromisos que, por supuesto, no estaba dispuesta a dar.
Johanna: He venido a desayunar contigo - hizo el amago de pasar a la casa cuando Malú puso entremedias su brazo impidiéndole pasar.
Malú: No vas a pasar - se puso seria - te dije ayer que hoy tenía trabajo. Son las 6:30 de la mañana, ¿quieres hacer el favor de volver a tu casa?
Johanna: ¿tratas así a todas tus amantes? - frunció el ceño mientras le preguntaba, su tono decía que no estaba nada contenta con la actitud de Malú.
Malú: Tú no eres mi amante. No quiero que te confundas. Compartir un par de noches un fin de semana no significa que seas mi amante - la miró a los ojos. Johanna ya sabía que debía irse y que por supuesto Malú no la volvería a llamar.

Realmente Malú no era de las que te llamaba si estaba libre. Siempre había alguna u otra que estaba dispuesta. No sabía si se interesaban en ella por dinero, por morbo, por amor o por fama, pero no se paraba a pensarlo a menudo. Le gustaba pasarlo bien y le daba igual cuánto tiempo le durase.
La chica abandonó en silencio el umbral de su casa y Malú volvió a cerrar la puerta a regañadientes.

"Demasiado pequeña" - pensó.
Se juró a sí misma millones de veces que nunca encantaría a una mujer tan pequeña como Johanna después de lo que pasó con Adriana. Fueron quinientos mil y un par de juicios lo que le costó deshacerse de aquella cría y comprar su silencio para no perjudicar su trabajo. Aún le queda algún asunto pendiente con su abogado. Era cuestión de tiempo el tener que acarrear con las consecuencias de sus aventuras sexuales.

Tan pronto como subió de nuevo a su habitación, se metió en la ducha. Hora y media después estaba entrando al parking de la torre de oficinas. Se identificó para acceder y cogió el ascensor hasta la planta diecisiete.
Ya delante de la puerta de la comitiva de juntas, se decidió a llamar.

Malú: Buenos días, Liam - asomó la cabeza buscando al subdirector, quien le daba un par de retoques al cuello de su camisa.
Liam: Buenos días, directora. ¿Preparada para comerte los negocios con los de finanzas? - le puso su mejor sonrisa, la que siempre le salía a Liam cuando su jefa estaba cerca.
Malú: Por supuesto, como siempre - ella le guiñó un ojo y le devolvió la sonrisa con no más intenciones que ser amable - ¿café? Venga, yo invito-
Liam: No te diré que no - salieron los dos de la sala directos a la cafetera - ¿has vuelto a hablar con tu abogado? ¿Cómo va el tema de la compraventa de acciones para la competencia?-

Una calma inusual se apoderó de Malú. Por fin su empleado no iba a llevar la conversación a un ámbito personal. Le había preguntado por los negocios, y Malú sabía manejarlos. Ella le apreciaba mucho en cuanto a cuentas se refería, pero él estaba lejos de ser confidente. La vida privada de ésta era algo que a todo el mundo le inquietaba. Nadie sabía qué era de ella cuando salía de su puesto de trabajo.

Malú: Tengo una reunión a las 17:00h para solventar un par de cuestiones de la ley de protección de datos y tiraremos para adelante a presentar la propuesta-
Liam: Mmm.. eso suena genial - le pasó un sobre de sacarina y una cucharilla a la morena- vamos o llegaremos tarde, no hay tiempo que perder.

Tras cerrar la puerta de la sala 03 de reuniones, pasaron algo más de cuatro horas hasta que pudieron salir.
Liam: ¿Te apetece comer algo antes de tu visita al abogado? Conozco un restaurante tailandés que seguro que te encantaría-
Malú: Lo siento Liam pero tengo gestiones que hacer antes de ir al buffete- se subió al Range Rover de nuevo y bajó la ventanilla- quizás otro día, ¿de acuerdo?- arrancó y le dejó en la puerta del garaje viendo cómo, una vez más, su valentía de invitarla a comer, no le servía para nada más que hacer el ridículo.
La chica había quedado con alguien ese mediodía. Esta vez se llamaba Alexandra, era morena, rondaba el metro setenta e iba dispuesta a por otra aventura debajo de las sábanas.
No queriendo salir a comer con ella, Malú pidió comida tailandesa a domicilio en honor a su compañero de trabajo. Es cierto que le encantaría el restaurante. Después iría a casa de su nueva compañía femenina a tomar café y lo que surja.
Se acercaban las 15:00h cuando llamó al timbre de un pequeño loft en Tribeca.
Una Alexandra altiva le abría la puerta casi desnuda ya, cubierta únicamente por un sexy conjunto de encaje. Malú, que no se podía permitir perder ni un sólo minuto de su tiempo, cerró la puerta a sus espaldas no sin antes coger del culo y alzar a su cintura a su próximo polvo.

Al salir de su encuentro con el abogado fue directa a una de las tiendas más caras de NY.

Las responsabilidades públicas de su cargo en Fraday Lorence eran numerosas, y a veces parecía que eran más sociales que de gestión.
Esta noche se celebraba una entrega de premios y para los organizadores era importante la presencia de Malú allí. Irían cadenas de televisión y algún pez gordo al que Malú le tenía echado el ojo e iba dispuesta a entablar conversaciones de negocios en la gala.
Se arregló para la ocasión y arrancó de nuevo. Esta vez hacia el Hotel Greenwich y, por supuesto, con otro coche más acorde para la noche que le esperaba. 

Entró al vestíbulo del hotel como si pez en el agua se tratase, como si los lujos viniesen con ella y se instauró en la cara aquella sonrisa que debía ver hoy la comitiva y que, con un poco de suerte, la llevaría esta noche a encajar algo más de seis dígitos en su cuenta bancaria.
Su cita de hoy no era más que el sobrino de un hombre de la junta directiva de accionistas. Lejos de cualquier intención sexual por parte de ésta y, sabiendo por demás que tendría que aguantar alguna que otra charla que poco le interesaría, se fue directa a la barra. Una, dos o tres copas de vino blanco, su favorito, serían su cita definitiva esta noche.

Un hombre de unos cincuenta se subió al escenario improvisado y abrió paso a la gala de condecoraciones.

Todas las mujeres que habitan en mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora