PARÍS, AÑO 1996 [SEGUNDA PARTE]
La vida de Violet Hansen ha cambiado enormemente. Es una ocupada universitaria con una vida un poco monótona; los amigos perfectos, el novio perfecto, la reputación perfecta.
¿Pero qué pasará cuando sus amigos decid...
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—Tu mano está horrible amiga.
—¿Cuántos cortes te hiciste desde que llegaste a París?
—Pedro, ¿Qué diablos estás haciendo?
—¡Es que me sorprende!
—¿Por qué dices eso?
—Espera... —produce una mueca de desconcierto —, esos cortes no los tenías ayer.
Rayos. Quiero morirme.
—¿Esto te lo hizo Thomas?
—Fue parte del proceso, sí.
Trago saliva y vuelvo a reanudar mi ensordecedor juego con las anillas de la libreta. El joven me mira totalmente conmocionado.
—No, no es nada de lo que tengas que preocuparte.
—¿Qué pasó?
—Él me dijo cosas horribles Pedro, me hizo llorar, y rompí una taza de aquella cafetería sintiéndome horrible y avergonzada.
—¿Qué?... —me mira con más incredibilidad —, ¿cómo que te hizo llorar?
—Me dijo que prácticamente yo solo estaba usándote. Ya sabes lo que dice.
—Cierto.—se frota la parte trasera de su espalda —. Dice que solo estás conmigo por que estás celosa, y que por eso me usas.
—¿Te sientes así?
—Para nada, Violet —contesta —. Es verdad, que tengo que ser sincero contigo, y decirte, que me parecías tan diferente de Jane y Natalie, el primer día que te conocí, que creo que me llamaste mucho la atención. Pero entiendo que me veas como un amigo, yo también lo hago, así que no es algo que me moleste —sonríe—. Te juro que mataré a Thomas, si vuelve a mencionar tan solo una palabra de eso.
Esbozo una risa ligera.
—¿Y qué más ocurrió? —alza una ceja con curiosidad —. Ya sabes, solo si quieres hablar de ello.
—Pues yo me puse histérica, empecé a gritar cosas horribles, y después... me suplicó que me quedase, pero yo quería irme.
—Es que está demasiado estúpido. —hace una muestra de enfado —. Sé que no debería decirte nada, pero se pasó toda la tarde hablando de lo que quería hablar contigo, de como le agradaba que al fin estuviera solo contigo y nadie más.
Mis mejillas, que se empiezan a tomar una temperatura caliente, se oscurecen mientras el color rojo ya asoma sus pigmentos intensos por todos los poros de mi piel.
