- Cris, ¿Cómo te ha ido, hija? - La voz de mi mamá sonaba muy dulce al otro lado de la línea y, de no ser porque soy su hija, muy posiblemente podría confundirse con la de una mucho más mujer joven (no es que mamá sea tan vieja).
- Bien, ma - dije tragando un pedazo de pan con queso - ¿todo bien bien por allá?
- Oh sí, estupendamente - hizo in extraño sonido agudo con su voz - ya tu hermano me ayudó a arreglar los pasajes para ti. En una semana estarás de vuelta - fruncí mi entrecejo al escucharla.
- Y eso es porque ... - dejé la frase en el aire.
- Cariño, ¿aún no te lo han dicho? - no respondí - Ya veo que no. Han arreglado el nacimiento del bebé para antes de navidad.
- ¿Todavía no saben cuál será su sexo? - Mi madre carraspeó del otro lado.
- Sabes que me opuse a dejarlo como una sorpresa, pero Sofía así lo quiere y es su bebé, así que mejor no opinar.
- Ah, cierto - dije terminando mi merienda - bueno, debo dejarte, ma. Te llamaré mañana. Cuidate.
- Tu igual, linda - y dicho esto colgué. Nuestras despedidas telefónicas no suelen ser nada emotivas.
Suspiré y visualicé (o lo intenté) a un posible prospecto de bebé llorón y canson. Eugh. No, los niños no son lo mío. Claro que sí es una niña ya el cuento sería otro. Una niña mimada y llorona. Eugh. Definitivamente no.
Miré mi celular, dos llamadas perdidas que había estando mirando desde antes de que mamá llamara. Número desconocido. Pero intuía que ese desconocido era nada más y nada menos que nuestro querido bandalo (nuevo apodo) ojiazul. Reconozco que tal vez lo estuviera intentando, pero mi orgullo es tan grande que me es difícil tragarlo.
Nueva llamada: número desconocido.
Dejé caer mi celular en la cama a esperar a que el ringtone dejara de sonar, por tercera vez. Quizá contestara a la cuarta… o quinta o décima… o nunca. Como sea.
Madeline entró por la puesta con tres abrigos en cima, y todavía con un constante tiriteo. Pobre.
- Ho-hola Chesse - dijo cerrando la puerta detrás - ¿Cómo te va? - descolgó de su cuerpo los abrigos y se arrojó en su cama.
- Mira esto - le tendí mi teléfono y ella posó su mirada en él, para hacer seguidamente lo mismo con migo.
- ¿Tú crees que sea el bandalo? - había bajado el tiriteo y tomado algo de color.
- Sí, ¿Quién más sino él? - Obvié.
- ¿Tu novio? - Enarcó una ceja.
- No, él sería más directo y vendría hasta acá - aunque lo había dudado un momento, lo descarté.
- Cierto, está muy colado por ti - reprimí un sonrisa al recordar como se veía ayer. Que cambio.
suspiré contra la almohada. Vaya lío.
- Sabes, creo que estás jugando con fuego - dijo seria, me senté en la cama y la miré - no deberías jugar así con ellos.
Me sentí indignada al escucharla.
- ¡Yo no juego! - expeté, ella enarcó una ceja y vacile un segundo - quizá lo hago, pero no fui yo quien empezó este estúpido juego.
- Pero es que Stephan no tiene nada que ver - exclamó a lo bajo y le daba toda la razón - anda que no quiero sonar como una mala amiga, pero no tienes derecho a jugar con el menos involucrado en esto. No me parece que sea nada justo.
- Lo sé, juro que sí - estaba exasperada, pero denme algo de crédito, todo esto era inesperado, y de un momento a otro me sentí estúpida - debo terminar con esto.
- Procura ser sutil y delicada, creeme que falta le hará - ella se adentró en la ducha dejándome sola.
Vaya mierda que se ha vuelto mi vida personal. Merezco un gran aplauzo (nótese el sarcasmo).
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Zapatillas rotas.
Roman d'amourCristina, una joven que, obligada por su madre al preocuparse por su extremada timidez, decide meterla en una academia de baile, pues ella siempre la escuchaba hablar sobre baile. Cristina trata de no mezclar su vida privada con su vida en el baile...