Me levanté divisando los rayos del sol en mi habitación, este no era mi cuarto, cierto el maldito viaje, me levanté y miré la hora, seis en punto. Aún tenía una hora para llegar temprano, me levanté y duché, tomé mi tiempo. Me miré al espejo, una larga sudadera de color azul oscuro; la parte del torso de mi "uniforme", llevaba el tutú en mi mochila. Me veía bastante deportiva. Amarré mi cabello en forma de cebolla. Bajé y lavé mis dientes, tomé un platón de cereal y salí a tomar un taxi. Primer día y nueva, bueno seguiría siendo la "don nadie" sin importar qué.
Llegué temprano; seis con cuarenta y cinco minutos. Pasé por el lado de atrás del instituto. Éra bastante grande y rústico; lleno de musgos y pequeños arbustos muy bien cortados. Pero por detrás era un poco más... tenebroso, ésa era la palabra.
- Pero si es una de las nuevas cabezas de cebolla - dijo un joven moreno, de ojo marrones y pantalones anchos. Lo ignoré completamente, en realidad no me importaba.
- Vamos Ramón no moleste a la muchacha - dijo otro joven de ojos azules, piel clara, lindas facciones, misma vestimenta del que parecía llamarse ramón.
Seguí mi camino como si nada hubiera pasado entré al salón. Me preguntaba que hacían un par de vagos despiertos a estas horas, bueno si es que en realidad se les podía decir vagos. Me acomodé en el extremo del salón de baila, como siempre de última. Casi no había nadie, tres mujeres y cuatro hombre, aún era temprano. La gente comenzó a llegar a medida que pasaba el tiempo
Me dí cuenta de que todos conocían a alguien, todos excepto yo. Bueno, se me daba bién ser la "don nadie". Una mujer alta, esbelta, de cabello negro recogido en una cebolla y de ojos verdes cruzó el salón como si fuese la reina del lugar, mi maestra nueva. Dios, daba miedo verla a los ojos, era muy dura, o al menos eso parecía, tendía al rededor de unos treinta años, supongo.
- Buenos días clase, soy su maestra, la señorita Casas - dijo la mujer con voz casi monótona, y mis sospechas fueron confirmadas - hoy comenzaremos presentándonos y veré quién está capacitado para seguir y quien avandonará esta clase por falta de talento. Comenzaré de inmediato, no olviden sus números, formen una fila tomándose de las barandas de los espejos.
Mi númerom era el dieciocho, al frente mío se encontraba la número quince, una rubia bellísima y bastante delgada. A mi lado el número seis, un atractivo rubio de ojos verdes. Me entretuve mirándo a éste último.
- Señorita número dieciocho, si cree que es más interesante apreciar al señor número seis, le sugiero que lo haga fuera del salón - dijo con una voz imponente mente firme, mientras mis mejillas se tornaban a un color rojo escarlata.
- Disculpe señorita - fué lo único que me permití decir, mientras me daba cuenta de que el número seis al igual que todos, soltaban pequeñas carcajadas. Dios mi primer día y así éra como empezaba. ¿A caso podía pasar algo peor?
- Muy bien, espero que sea la última vez - dijo ella y yo asentí muerta de la vengüenza - Depués de calentar, formaré parejas para practicar.
Calenté lo suficiente como para sentirme menos rígida. Estiré y estiré hasta sentirme como un chicle que fué mascado durante horas y horas.
- Muy bien - dijo la maestra, levantándo una pequeña lista y mirando las caras de todos - Ya que a la señorita dieciocho le pareció haber agradado el señor número seis los dejaré como pareja.
Mierda, ¡no! No llevo ni un día y ya la maestra me odia.
En mi antigua clase de baile todas mis compañeras eran mujeres, casi nunca hacíamos trabajos en parejas por obvias razones. Éstas iba a ser la primera vez que bailaría con alguien del sexo opuesto, y lo peor alguien por el cuál había sido regañanada. Bueno, no es que fuera su culpa, pero aún así...
- ¿Lista número dieciocho? - preguntó el joven número seis sacándome de mis pensamientos.
- Di... ¿Disculpa? - dije sonrojándome una vez más.
- Pregunté si estás lista, debes poner un poco más de atención si quieres continuar aquí, aunque lo dudo. - dijo el joven un tanto odioso, ¿Qué se creía?
- Lo siento, sería terrible no tener que volver a compartir el salón con personas como tú - esa frase se me escapó de la boca, ¿en serio había dicho eso? Toda mi vida había sido una mujer pacifista. Creo que el cambio de clima me estaba afectando.
- Tránquila gatita, fué sólo un consejo - dijo poniéndome las manos en la cintura mientras yo alzaba mis brazos tomándo la posición indicada.
- Puedes guardarte tus consejos - dije de nuevo en un arrebato, ¿quién éra ésa que estaba allí? - sé bien cómo se hace esto.
Comenzamos a bailar al son de una agradable melodía de Beethoven. "Para Elisa". Una dulce melodía que cada vez se ponía más intensa y luego bajaba de nuevo. Gracias al cielo pude llevar el ritmo y los pasos.
Aunque no me agradaba, el joven que bailaba con migo era un muy buen bailarín, era bastante fuerte, parecía no costar le sostenerme en el aire, aunque claro, yo era también bastante liviana. Así pasaron las horas y la clase terminó. Todas las parejas hicieron las debidas reverencias y se retiraron.
- Jerry - dijo el joven que bailaba con migo hace apenas unos minutos, mientras me tendía su mano - creo que comenzamos con el pié izquierdo, aunque te movías bien al son de la canción. - hice como si no hubiera escuchado eso último.
- Cristina - hice como a quien no le importa la cosa y le dejé la mano en el aire mientras le esquivaba y salía del salón.
Esta bien creo que me pasé un poco, pero es que no me podía reconocer, que me estaba pasando, definitivamente esta no era la "don nadie" pacifista y tímida de hace apenas unos cuantos días.
ESTÁS LEYENDO
Zapatillas rotas.
RomantizmCristina, una joven que, obligada por su madre al preocuparse por su extremada timidez, decide meterla en una academia de baile, pues ella siempre la escuchaba hablar sobre baile. Cristina trata de no mezclar su vida privada con su vida en el baile...