Capítulo 22

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—Es hora, despierta — susurran en mi oído mientras me mueven con suavidad.

—¿Qué? — pregunto.

—Debemos irnos, son seis treinta, nos da tiempo de ir a la residencia a que te des un baño para ir a clases.

—Mierda — me quejo dándome la vuelta.

La luz que entra por la ventana es muy tenue, con lo poco que me he destapado siento el frío gélido de la mañana y estoy a punto de negarme a ir.

—¿A qué hora es literatura? — pregunto intentando recordarlo por mí misma, pero estoy tan dormida que ni siquiera recuerdo qué día es hoy.

—A las nueve.

—¿Son seis treinta?

—Sí.

—Tengo dos horas y media.

—Así es, pero tenemos biología a las ocho...

—Maldita sea... — me quejo pensando si debo algo de la materia —. Entregué el reporte la clase pasada, supongo que puedo faltar hoy...

—Bien, faltemos entonces a biología, pero aún así debes pararte ya, vayamos a que te cambies. Dejaré que te duermas luego de darte un baño, y mientras saldré por algo de comer.

—¿Y si no vamos hoy?

—Te esforzaste demasiado con el ensayo de literatura, debes entregarlo — se niega mientras literalmente me saca de la cama —. Ponte el vestido y las botas, vamos de una vez.

Le hago caso, tomo mi vestido y me lo pongo luego de quitarme su playera, me pongo las botas y amarro las agujetas como puedo.

No me siento para nada bien, estoy muy cansada, las piernas me matan a tal grado de casi no poder caminar del dolor.

Aunque no estoy con resaca ni nada parecido, no puedo ni con mi vida en estos momentos.

—Mi teléfono — recuerdo cuando voy a media escalera.

—Ya lo tengo, no dejas nada.

—Bien.

Termino de bajar y me sigo hacia la puerta sin detenerme, ya llevo vuelo y si dejo de caminar no querré volver a hacerlo.

—¿Te sientes demasiado mal? — pregunta abriéndome la puerta y ayudándome lo que resta del camino.

—Bastante — acepto comenzando a temblar del frío.

—Bien... veremos qué hacer, tal vez te ayude alguna pastilla...

—Puede ser.

Eros me abre la puerta de la camioneta y ayuda a subirme a ella, pues esta vez no puedo hacerlo por mí misma.

Me abrocho el cinturón y acomodo mi vestido mientras el chico entra. Está haciendo un frío del carajo y yo sólo quiero llegar a mi cama y dormirme lo que resta del día. Pero no puedo, necesito entrar mínimo a mi clase de literatura, esta semana en particular he entrado a menos clases que el resto del mes, y aunque me he puesto al corriente con los trabajos no puedo seguir faltando.

—Tengo que ir a biología — me informa una vez dentro de la camioneta —. No he entregado ninguno de los trabajos de la semana.

—Bien, sólo déjame en la residencia, no importa.

—Sólo iré a entregarlos y regresaré.

—No, entra a la clase, te veré en literatura

—Pero es viernes, ni siquiera haremos nada.

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