Cuando Ves Llorar a una Vampiresa de Ojos Negros.

530 47 1
                                    


Llegué a la estación de tren. La calle estaba oscura, y había poca gente; sólo unas cuantas personas caminando a toda prisa, con una maleta en cada mano en busca de un taxi. Me detuve un momento a contemplarles sólo para preguntarme, qué veían en esta ciudad.

De pronto noté que un caballero, con sombrero y gabardina, me estaba siguiendo; eso me hizo volver en mí un poco y avancé apresuradamente hacia el interior de la estación.

Compré el billete al primer viaje a Washington y me senté a esperar. Saqué el móvil y miré la hora. La 1 am. El tren no salía hasta las dos y media. Tenía tiempo de arrepentirme, pero me quedé ahí sentada mirando alrededor en todas direcciones. Ni me acordé del señor de gabardina.
No podía quedarme dormida, pues tenía que estar atenta a la hora para coger el tren.
Comencé a introvertirme en mis pensamientos y me puse nerviosa por no saber qué haría cuando llegase a Washington. No podía soportar el hecho de no tenerlo claro. De no tener un plan a seguir. Soy muy de planear las cosas. Y más aún en circunstancias así.
Esto me enervaba más y más cada minuto, el tiempo corría cada vez con menos velocidad. Por fin dieron las 2. En la pantalla de las salidas se iluminó un cartelito que indicaba que el tren ya estaba en el andén. Cogí mi maleta y fui para ayá con paso acelerado.

Llegué al andén correspondiente. Busqué mi vagón con el billete en la mano. El pulso me temblaba y no podía ver los números con claridad.
Al fin lo encontré, y me subí. Me puse en un asiento cerca de la salida, al lado de la ventanilla, por si me mareaba.
Apoyé la cabeza en la ventana y me puse los cascos. Miré la hora en el móvil. Las 2:15 am. <Ya falta poco.> Me dije.
Cerré los ojos e intente no pensar en nada por un instante.
-¡Señorita! ¡señorita! -Abrí los ojos de golpe al sentir una mano golpeándome el hombro.
-¿Eh? ¿Qué? -Vi a un señor con bigote que parecía ser el revisor.
-Señorita, hay una persona buscándola.
-¿Qué? ¿A mí? -No le hice caso. -Se habrá equivocado.
-Señorita estámos a punto de salir, ¿está segura de que no quiere comprobarlo?
-¡Agghh! ¡Qué diablos! -Me levanté del asiento y fui hacia la puerta suponiendo que, o bien era mi madre, o bien, se había equivocado.

Estaba totalmente convencida de que era un error, hasta que vi a una joven con esa sudadera negra que tanto caracteriza a los vampiros.
<Yo...> Me entristecí. Mi corazón se paró y mi garganta se quedó muda. Mientras, me asomé a la puerta del tren, pero sin bajar de él.

-Escucha. -Se quitó el gorro. Ví esos ojos... esos enormes ojos que tanto me enternecían y me hacían temblar a la vez. -Sé que estás enfadada conmigo y que no quieres hablar, y lo comprendo. Pero no te puedes ir. No puedes dejar a tu madre, tu escuela. Todo esto. Esta es tu vida, Ella.
No te hablaré más pero no dejes esto. No te vayas.
-Señorita, nos tenemos que ir. -Me susurró el azafato en mi oído izquierdo.
Yo tenía mi corazón en la garganta y las lágrimas esperando mi respiración para salir.
-¡Déjame en paz! -La grité.

Una vez más, pero como si fuera la última, contemplé sus grandes ojos oscuros, bañados en lágrimas. Fue la primera vez que la vi llorar.

Cuando ves llorar a una vampiresa de ojos negros... oh, amigos, cuando eso te pasa, ocurre esa sensación en tu cuerpo, mente y espíritu indescriptible: sientes que tu corazón se paraliza, se convierte en piedra. Quieres gritar y suplicar piedad, y hacer un millón de cosas que sólo estarían en un libro de romance escrito en latín antiguo. Pero sobre todo, cuando ves llorar a una vampiresa de ojos negros, y sabes que es el amor de tu vida pero te lo niegas, te sientes la peor persona de la historia, y quieres remediarlo pero no sabes cómo. Porque sabes, desde lo más profundo de tu corazón que está llorando por ti. Y es todo un espectáculo; como fuegos artificiales tristes.

Fui fuerte. Demasiado. No, fui cruel. La grité. Y acto seguido me giré para no volver a verla nunca más.
Sentía que estaba enfadada, pero era mucho más que eso: estaba confundida; y mi alma rota en mil pedazos por no poder interpretar mis verdaderos sentimientos, por no ser capaz de entender mi corazón, y por no atreverme a "probar", como dicen los jóvenes, el sabor de lo desconocido.

El joven interpretó mi grito rebosante de desprecio como señal para decirle al conductor del tren que podíamos irnos.

Volví a mi asiento sin girarme ni un milímetro.

Esperaba que Marmalade se bajase del tren, aunque triste como yo, la prefería lejos, o eso era lo que yo quería pensar.

Pasé todo el viaje en mi asiento; no me levanté para nada.
Entre lágrimas y sollozos que intentaba disimular, apoyé mi cabeza en la ventana para tratar de calmarme.
Deseé tener una capucha como la de Marmalade, para poder ocultar mi rostro pálido y triste de la mirada de todos esos desconocidos que viajaban conmigo.
Deseaba llegar a Washington con las pocas fuerzas que me quedaban.

De pronto alguien me tendió una botella de agua. La cogí. Estaba fría. Miré levemente hacia arriba para ver de quién se trataba. Era el azafato de antes con una leve sonrisa en los labios y ojos bastante abiertos fijos en mí.
-¿Y esto por qué? -Pregunté con un tono de voz calmada.
-Creí que te vendría bien. Las partidas del hogar no siempre son fáciles...
-Gracias. Aunque Camilton no fue nunca mi hogar, pero bueno... -me quedé con los ojos fijos en la botella, pensativa.

La voz de ese chico me resultaba ligeramente familiar, pero no sabía de qué. No era alguien cercano; sin embargo ya habíamos coincidido; su tono y sus gestos intentando quedar bien conmigo me ponían nerviosa, unos nervios que había sentido con alguien al poco tiempo de llegar a Camilton. <¿Quién será?>

Había oído rumores de criaturas no-humanas que guiaban a tu yo astral hasta llegar a tu destino, ¿sería ese el caso? Si lo era desde luego, se lo estaría pasando genial viéndome sufrir y dar vueltas como una boba.

Cuando ves llorar a una vampiresa de ojos negros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora