Capítulo 25.

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Él relajó su postura de guerrero.
- ¡Hey! — le dijo ella con voz baja, gutural —. Soy Heather.
Ese era el tipo de recepción al que estaba acostumbrado recibir. Le devolvió la sonrisa.
- Es un placer conocerte, Heather, me llamo...
- Ya sé quién es. Usted es Hunter Rains, el tipo ese de la auto-ayuda. Los doce pasos que te ayudan a mejorar y todo eso. Le reconocí enseguida — se miró los pies, repentinamente tímida —. De todos modos, lo que trato de decirle es que he leído su libro y que sé que es usted de Australia. Me encantaría enseñarle los alrededores de Dallas. Soy...
______ se había dado la vuelta ante las primeras palabras de Heather y ahora estaba de pie al lado de Justin. Sus ojos lanzaron llamas, luego se volvieron helados.
- Él no está disponible.
Heather ni siquiera miró a ______, simplemente pestañeó en dirección a Justin.
- ¿Lo está? No disponible, quiero decir.
Él no contestó enseguida. Disfrutaba demasiado con los celos de ______.
- Esperaré en la camioneta — dijo bruscamente ______.
Girando sobre sus talones y caminando a zancadas hacia la salida.
Justin se enfrentó a la pelirroja otra vez. Aquí estaba, una mujer como las de su mundo. Dispuesta a complacerle. Probablemente, haría todo lo que él quisiera, si le mostraba el más leve indicio de interés. Y aún así, no sentía nada, ni la más leve agitación de lujuria.
- Aunque pueda llegar a lamentar estas palabras — dijo él, cuando su cuerpo falló en responder a la proximidad de la muchacha —, realmente no estoy disponible.
- Pero la mujer con la que usted estaba es tan... alta y tan sencilla.
- ¿Sencilla? — sonrió —. Su belleza es infinita.
Heather se encogió de hombros, decepcionada.
- Supongo que valía la pena intentarlo.
Con nada más que decir, él siguió el camino que ______ había tomado. Como ella había dicho, lo esperaba dentro del vientre de su transporte. Sus miembros estaban rígidos, su expresión fría.
Él sonrió lentamente. El día estaba lleno de promesas.
IMPERIA
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Ryan de Locke andaba con dificultad a través de la antigua playa Druinn, un asilo situado en el corazón de Imperia e invisible para los intrusos mortales. La luz de la luna se derramaba sobre los granos de cristal, creando un ambiente misterioso. La fragancia de gartina y elsment llenaba la fresca brisa que humedecía sus mejillas y cuello, despeinaba los oscuros mechones de su pelo y luego se alejaba como un fantasma. Las estrellas centelleaban en el cielo, tan cerca que sólo tenía que alcanzarlas y sostener su esencia en las manos.
Qué burla ere este hermoso refugio para sus emociones.
Sus miembros eran sacudidos por el odio, la impotencia y la rabia. Apenas era capaz de mover sus piernas, una tras otra para caminar. Justo ayer, tenía al maldito Justin en Sarr dentro de una impenetrable pared de piedra. El guerrero había estado de pie aquí, en medio de la playa Druinn, pero ahora él se había ido.
¡Ido!
Ryan sintió la magia de su madre, olió su floral perfume y supo, más allá de toda duda, que ella era la responsable. Que ella había puesto a Justin en libertad o lo había enviado lejos. Con los puños apretados, cerró los párpados. Usando los ojos de su mente, buscó respuestas a través de los restos de magia persistente. La energía cubrió el aire con capas, cada capa de un color diferente, dependiendo del hechizo o la magia utilizada en cada momento. El hechizo más reciente estaba encima y emitía un matiz rojizo. Ese no era un hechizo como los otros, era uno que creaba y utilizaba otros hechizos de energía... para abrir un vórtice.
Ahora sabía, con total certeza, que habían enviado lejos a Justin, salvando al maldito guerrero de la ira de Ryan. El conocimiento ardió en su interior, abrasándolo como un rabioso fuego fuera de control.
- ¿Qué es lo que te atormenta? — dijo una suave voz femenina detrás suyo.
Ryan interrumpió su caminata. Diminutos cristales blancos se dispersaron por sus pies cuando se giró rápidamente. Una belleza de morenos cabellos se alzaba orgullosamente ante él con un amuleto azul celeste adornando su garganta. El centro de la joya pulsaba con la vida de un océano. Los aristocráticos hombros de la mujer se cuadraron por la preocupación. Aunque él sabía que era una preocupación fingida, ya que ella no se preocupaba nada por él.
- ¿Viniste para regodearte? — dijo él con brusquedad.
- No — su expresión era ilegible, mientras ella extendía la mano para tocar su hombro, pero su ardiente y feroz mirada la detuvo. Se quedó quieta un momento y luego dejó caer la mano a su lado —. No me produce ninguna alegría el verte trastornado.
- No actúes como si te preocuparas por lo que siento. Sé que tu afecto no es real.
Sus ojos cafes, iguales a los suyos, se oscurecieron con tristeza.
- Soy tu madre. ¿Por qué crees que puedo preocuparme por uno de mis hijos, pero no por el otro? Sí, te abandoné aquí, pero siempre sentí la misma devoción por ti que por Justin. Siempre.
- ¡Mentirosa! — cerró la distancia que había entre ellos, allí en la tranquila playa blanca. Su rabia
creció, y sin advertencia, la golpeó. Con fuerza. Poniendo todas sus fuerza en el golpe. Su cabeza giró a un
lado, y un pequeño chorrito de sangre fluyó de la esquina de su labio —. Eres una mentirosa — dijo él
despacio, suavemente. Severamente.
El silencio se apoderó del lugar como una sombra opresiva, y él vio la mejilla de su madre enrojecer e hincharse.
Él había puesto aquella marca allí, y el conocimiento lo hirió profundamente, vergonzosamente. Aguantó la
respiración hasta que su pecho quemó en agonía, porque la apacible fragancia de su perfume se burlaba en las
ventanas de su nariz. Esperó sus siguientes palabras, palabras que por fin confesarían su odio por él.
Aquellas no llegaron.
Lágrimas se agolparon en sus ojos y su barbilla tembló.
- Por favor, créeme cuando te digo que te soy leal. No porque seas mi hijo, sino porque te quiero.
Esas palabras eran, de algún modo, más ofensivas que si ella le hubiera abofeteado en venganza. ¿Durante
cuántos palmos había esperado para oír esa declaración tan maravillosa? Parecía que siempre. Aunque ahora esas
palabras no significaban nada. ¡Nada!
- Tus acciones desmienten tus palabras, Madre.
- Eso no es verdad.
- Tú aseguras amarme desde hace siglos, y aún así me abandonaste, me dejaste como si fuera basura mientras tú
te unías de por vida con un rey mortal.
- Te dejé con el Druinn porque te amaba. ¿Cómo no puedes verlo? No podía apartarte de ellos, sabiendo que
estabas destinado a ser el sumo sacerdote.
- ¿Te importó más el poder de reinar que el amor? Todo lo que yo quería era sentir tus brazos a mi alrededor,
consolándome. El sonido de tu voz arrullándome antes de dormirme. Pero me negaste todas esas cosas para
concedérselos a Justin.
- Lo siento — susurró ella, su voz rota y apagada —. Lo siento tanto. Yo no sabía, no pensé...
- No — cortó él, frunciendo el ceño —. No pensaste en mí. Tú nunca has pensado en mí.
- Ryan, por favor, para. Te amo. Realmente lo hago.
Otra vez aquellas palabras. Esas palabras que le cortaban el alma, haciéndole sangrar por dentro, dejando un dolor
hueco donde su corazón había estado una vez.
- Como dije, tus acciones desmienten tus palabras. Ahora afirmas amarme, y aún así, enviaste a Justin lejos,
impidiéndome obtener mi mayor deseo.
Sus ojos se cerraron; sus labios se apretaron.
- Sí. Yo lo envié.
Un largo silencio se prolongó.
- Dime, Madre — dijo Ryan —. Si te doy otra oportunidad, ¿por fin demostrarías tu amor por mí?

Estatua ~Justin Bieber y tú~ [TERMINADA]  By: JavieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora