27. Te quiero

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La confesión repentina de Mark había creado pánico en mi, tanto que no supe cómo tomarlo y preferí huir.

Esa noche corrí, me aleje sin emitir sonido hasta mi casa, dejándolo en la fría oscuridad con el cachorro a su lado y las palabras aún vigentes en su lengua. Desearía que todo lo que el chico dijo no fuera más que una confusión que él mismo se creó, una alucinación, una broma incluso.

Pese a que el teléfono no dejaba de sonarme con mil mensajes de su parte, no podía creerle. Cada uno de los textos enviados a mi móvil fueron ignorados y en cambio lo apague.

Por lo que estuve toda la noche dando vueltas por la cama, atormentándome sin cesar. Y hasta cierto punto creía que era una reverenda exageración por mi parte.

Luego de enterarme de los sentimientos de Eunhee, decidí rechazarla sin más. Sin embargo, Mark no era igual y no sabía si se debía a nuestra cercanía, a la inesperada revelación o el simple hecho de que se trataba de un chico. Quería pensar firmemente en que la última opción era la respuesta, pero comenzaba a dudar de ello.

—¿Puedo pasar?—tocó mi madre desde la puerta.

Sin esperar una respuesta por mi parte, cerró la fuerte madera detrás suyo, adentrándose hasta quedar sentada en mi escritorio.

—Ya entraste...

Seguía aún con la pijama un sábado por la tarde mientras miraba el techo de mi habitación como si de repente encontrara entretenimiento en él, mi vista estaba perdida y para ese punto me sentía más dormido que despierto.

—¿Hijo, estás bien?—cuestionó—Todo el día has estado muy disperso, ¿pasó algo acaso?

Mi sábana me arropaba hasta el cuello y el calor que emanaba de mi era digno de un maratón de siete kilómetros, mis ojos caían un poco del cansancio y mi voz era muy ronca para un tono tan fino como el mío.

—Estoy bien, mamá.

No me creyó.

—¿Mark te dijo que le gustas, verdad?

La sonrisa con sorna salió de los labios de mi madre y mis sentidos se activaron.

—¿De qué hablas?

Con agilidad se acercó a mi cama, empujó un poco de mi cuerpo y se recostó a mi lado.

El pavor era evidente en mi mirar. Quizás había oído mal o tal vez ella también bromeaba y todo lo que había pensado era exactamente como creí y se trataba de un engaño.

—¿Sabes una peculiaridad de las madres?—preguntó, mirando exactamente el mismo punto imaginario—Lo saben todo.

Mi atención se desvío a ella, dándole todo el interés posible.

—¿En serio siempre lo supiste?—la observé unos segundos y negué—Hay una cámara ¿no es así?

—Oh, sí—asintió irónicamente—Esta grabando tu negación a la realidad.

Bufé, tomando un poco más de la cobija entre mis dedos.

—¿Por qué no me dijiste?

—Creí que él debería decírtelo cuando se diera cuenta, o tal vez tú—explicó—Pero te conozco, nunca ibas a aceptarlo.

Tragué saliva y en rendición bufé.

—Claro que no iba a aceptarlo, se supone que somos amigos—refute—Además, él se alejo y después sólo se disculpa y me dice eso, ¿cómo pretende que le crea?

La mujer a mi lado ríe.

—¿Y eso te dolió?

Toda molestia en mi cuerpo desapareció.

Clase A  «MarkHyuck»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora