32. Espía

4.4K 580 515
                                    

Dos semanas.

Había sido suficiente, ¿verdad? No creía poder soportarlo más. Renjun seguía escabulléndose en los recesos y Chenle actuaba como si nada, era claro que ese traidor también sabía. No lo callaría más.

—¿Dónde está Renjun?—impostada y hostil sonó. Chenle tomó su bebida.

—Hm, debe seguir en la prueba...

Dolía, dolía como el demonio.

—Ya veo...—impulsivamente, tome el primer aro de cebolla masticándolo con fuerza y enojo—Iré a su salón a buscarlo.

—No, ¿qué haces?—Chenle sostuvo la manga de mi saco escolar, el pánico era evidente en sus ojos—Lo distraerás, espera a que venga.

Su mirada de cordero tocó puntos claves para que mi trasero permaneciera en esa silla, después de todo el menor de los chinos no tenía gran culpa en la situación, no quería tener que ponerlo entre la espada y la pared.

Pasaron diez, quizás quince minutos, pero no llegaba. Tanto el alemán como Eunhee habían permanecido todo el almuerzo platicando de cosas sin sentido, como casi siempre hacían. Chenle solía unirse pero era claro que esta vez no estaba del todo inmerso en la charla.

Resignado a que Renjun no vendría, pese a que Chenle le mensajeó por lo bajo, salí de la cafetería. Esta vez el chino no me detuvo ni preguntó, me dejo perderme entre la multitud.

¿Mark?—a través de la línea podía escuchar su respiración una vez me descolgó.

—¿Hyuck? ¿Por qué me andas llaman-

—¿Dónde andas?

Parecía meditar un poco su respuesta, por último, maldijo en inglés antes de responder.

—En el salón de reuniones revisando unas cosas del comité.

El rumbo era fijo y mis pies casi corrían.

Espérame allí.

Lo sabía, Mark estaba en cortocircuitó.

Pero...

—Vamos a tener sexo.

Corté.

(...)

El clic sonó una vez el seguro fue puesto a la gran puerta de madera, los lentes redondos de Mark estaban justo sobre sus cabellos castaños, con mechones cayendo por encima de los cristales de este. Su simple vista causaba remolinos muy difíciles de explicar en mi interior, casi seductores por sus sensuales manos que tocaban el escritorio en una caricia inocente.

La silla bajo mi cuerpo parecía lo bastante confortable como para cubrirme de la vergüenza que sentía al mirar a Mark de esa manera. Se sentó en el escritorio, esperando por respuestas.

—¿Me podrías explicar por qué ahora te dio por pedirme sexo por teléfono?

Maldición, siempre distorsionaban mis palabras.

—No Makku, no te pedi sexo por teléfono...

Suspiró.

—Gracias.

—Te pedí sexo desde el teléfono.

Clase A  «MarkHyuck»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora