33. Reposo

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Mark abrió los ojos tan rápido como la ronca voz de Jeno lo llamó, estaba perplejo. Si tan sólo me hubiese dado el tiempo de explicarle...

Quería huir, decirle que corrieramos y que si no nos alcanzaba quizás pensaría que fue una alucinación, pero mi pierna aún dolía y ya era demasiado tarde.

De a poco, el pelinegro ya estaba a menos de un metro de nosotros.

—Oh, si eran ustedes, por un momento creí que había enloquecido.

Demonios, si habría funcionado.

Resignado, Mark se levantó con gran pesar, me miró unos segundos, preguntándome con sus cejas si no pensaba levantarme del suelo.

—Eh, me caí de las escaleras...—señalé mi pierna—Creo que está rota o algo así porque no puedo moverla.

La cara del canadiense pasó por diferentes expresiones, una peor que la otra, pasó sus manos por su cabeza nervioso y se puso de cuclillas nuevamente.

—¡¿Por qué no me dijiste eso desde el inicio?!

—Andaba chisme...—mire a Jeno, este también estaba preocupado—Digo, a dolorido, sí, no podía hablar del dolor.

Tanto Jeno como Mark se miraron, cómo si con una simple expresión hubieran ideado un plan y yo aún no lo entendiera.

El menor tomó mi mochila del suelo y la sujetó entre sus brazos, miró el clima pero este cada vez daba un peor pronóstico.

—Mira, yo correré hasta el hospital que está a quince minutos de acá y llenare sus datos—abrió mi bolso, sacando la billetera—¿Esta es tu identificación? Perfecto, me les adelantaré. Los espero allá, apresúrense.

Tan pronto como dijo la última palabra desapareció hasta el otro lado del campo como si su vida dependiera de ello.

—Jeno es un chico muy peculiar...—comencé—Me agrada.

Mark rió, acaricio mi cabeza con ternura y suspiró.

—Ay Hyuck, ¿cómo haces para meterte en tantos problemas?

Mis mejillas se inflaron totalmente indignado, cruzándome de brazos rodé los que ojos.

—Te dije que era parte de mi encanto.

—Tu encanto te costará una escayola.

El sentimiento de tener un yeso me invadió. No, me negaba a pasar por uno otra vez.

—No, no, no quiero.

Mark volvió a asentir convencido, colocando sus manos en sus caderas.

—Eso es lo que le ocurre a los niños traviesos Hyuck, qué pena.

Mis lagrimas ya estaban a punto de salir cuando el sonido de un trueno nos asustó. El mayor se apresuró a colocarse de cuclillas, sosteniendo mi espalda con vehemencia y luego tomando mis piernas.

—Ahh, me duele.

El agarre sobre la zona lastimada hacía que quisiera llorar de dolor, cada parte de mi pierna dolía como nunca antes.

—Bien, hagamos esto—bajo mis piernas con suma delicadeza en el suelo para proceder a agacharse—Sube, vamos.

Los nervios y dolor aún seguían presentes en mi, pero al sentir el cuerpo del canadiense bajo el mío sentí una seguridad y calma mayor.

Mark comenzó el recorrido casi corriendo, para ese entonces posiblemente Jeno ya estaría cerca del hospital. Podía sentir el pecho agitado y las manos fuertes del mayor bajo mis muslos, era embriagador tenerlo de esa manera, con su aroma volviendo loca a mi nariz y por consecuencia a mi organismo entero.

Clase A  «MarkHyuck»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora