1. La Función

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ADVERTENCIA

Mis historias no suelen ser de romance y pueden herir la sensibilidad de algunas lectoras. Se recomienda total discreción, amplio criterio y comprensión de lectura.


DISCLAIMER

Los personajes de Candy Candy pertenecen a Mizuki e Igarashi. Esta historia ha sido escrita sin fines de lucro, solamente por entretenimiento. El registro realizado cubre únicamente la trama de este fanfic. Esta prohibida la reproducción total o parcial de este fic.

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Que Sople el Viento 01


La Función

—Esta es una de las razones por las que no me gusta ser quien soy —pensó Albert mientras se acomodaba la corbata, dentro de su amplia recamara en la enorme mansión de Chicago.

Esa noche habría una función especial a la cual los Andrew fueron invitados, hecho que le irritaba notablemente, ya que gracias al alcalde de la ciudad, la compañía Stratford había sido contratada con la representación de "El Mercader de Venecia" en donde obviamente el protagonista era nada más y nada menos que el flamante Terruce G. Grandchester y para su mayor decepción, después de la obra se llevaría a cabo una cena, a la cual estaba invitada el elenco.

—Como siempre... —murmuro entre dientes—. Sólo espero no tener que toparnos con él.


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Mientras tanto en su apartamento, Candy no podía dejar de sentir frustración al tener que asistir, miedo de poder encontrarse frente a frente con Terry, alegría al recordar que iría con Albert y un poco de angustia, al notar que este se encontraba ligeramente retrasado.

Dando vueltas de un lado al otro, ataviada de un hermoso vestido en color perla, de seda y gasas finas; con zapatos ligeramente altos, el cabello acomodado en una media coleta, con un broche discreto a juego de los finos aretes y la delicada gargantilla que le adornaban, para cerrar con un maquillaje ligero.

No podía dejar de pensar en algo que pudiera decirle al enigmático actor por si lo encontraba.

—Ya es tarde y Albert no llega... —dijo mientras jugaba nerviosamente con su pañuelo—. Tal vez lo olvido; ¿O?... quizá tiene tanto trabajo que no podremos ir...

Estaba tratando de buscar tantas escusas, sin embargo sabía que ninguna sería verdad; ya que de haber sido así hace horas le habría llegado alguna nota. Entonces alguien llamo a su puerta.

—Albert... —le saludo algo desilusionada.

—Si quieres me voy... —bromeo, olvidando el beso que pensaba darle en cuanto la viera.

—¡No! Estoy lista, ¡vamos! —le respondió mientras lo tomaba del brazo, con ganas de caer enferma en ese preciso momento.

—Pero no pongas esa cara. Dime; ¿qué te sucede?

—Tengo miedo Albert —y suspirando hondo, agrego—. No quiero encontrarlo... es que... ¿qué le diría? ¿qué haría? ¿y si me quedo de piedra? ¿y si por los nervios me pongo a llorar? O peor aún... a gritarle... —termino con una sonrisa forzada y antes de entrar al auto.

—Tranquila pequeña —trato de calmarla y con un tono más suave agrego— yo también tengo miedo, pero aunque no quisiera ir tenemos que hacerlo; además lo que sea que pase, pasara y es mejor si lo enfrentamos de una vez. ¿No crees?

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