CAPÍTULO 23° PARTE 3/3

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——Sueños en el aire, tan solido como las esperanzas hechos castillos de arena——

(3/3)


Don Eugenio y su esposa iban de salida del hospital, él hombre mayor había terminado esa tarde con su sesión.

—¿Y ahora, a donde vamos? —Preguntó interrumpiendo el silencio en la que se paseaban.

Doña Blanca sonrió y dejó un beso en su cabello.

—A la casa Eugenio. —Dijo con dulzura, y él hombre fruncio el ceño confundido.

—Ah, ya. —Dijo solo por responder. —¿Y no íbamos a mis sesiones con Axel? —Preguntó él y Doña Imelda suspiró, con dolor, acostumbrándose a que esta sería su realidad en algun tiempo cercano.

—Eugenio ya fuimos. —Dijo ella y él preguntó confundido, aunque después se quedó callado no queriendo preocupar a su esposa con preguntas que le harían pensar que su enfermedad ya estaba avanzando. —¿Que te tiene tan distraído? —Preguntó ella con calma.

En mayor solo miró al frente, inhaló aire y negó.

—Pues... No sé. —Don Eugenio no dijo nada más, pero en realidad si sabía que pasaba, su mente estaba divagando entre decenas de cosas que lo afligían.

Sus hijo, sus recuerdos, su familia, los tortuosos secretos del pasado, la incertidumbre de perderlo todo para siempre, el miedo que lo invadía cada mañana preguntándose si era el día exacto o su enfermedad ya lo ha trasladado a otro punto del tiempo.
El amor que sentía por su esposa y el miedo de no ser conocedor del gran amor que su esposa Blanca siente por él.

Si... Tenía mucho por que pensar y sentirse distraído.



Aristotéles soltó un suspiro ante las palabras de Violeta.
En realidad no esperaba una llamada de la chica aquella mañana.
Entre menos contacto tuviera con ella antes de su llegada a Oaxaca todo estaría bien.

—¿Que pasa Violeta? —Preguntó a la chica, entonces se mordió el labio por ser descortés con ella.
No debía comportarse tan incorrecto.

—<<¿Como que qué? Estoy lejos de ti y ya quiero estar en Oaxaca para poder estar contigo. —Dijo ella y Aristotéles hechó la cabeza hacia atrás en señal de frustración. —Si pudiera ya estaría ahí contigo bebé.>> —Dijo ella y Aristotéles negó.

—Violeta... Ya no me digas así ¿si? —Dijo Aristotéles. —Sabes que a mi no me gusta.

—<<Bien, pero... ¿Me extrañas Ari?>> —Preguntó ella y él negó cerrando los ojos.

Quizá algo, por la gran amistad que habían desarrollado a lo largo de esos años de convivencia en la que se dejaron guiar por su soledad.
Quizá un poco, pero no lo suficiente para ser amor de verdad.
El único amor que Aristotéles sentía, era él que sentía por Cuauhtémoc y nada más.

Pero si le tenía cariño, aunque fuera extraña.

—La verdad... un poco. Eres muy alegre y se siente tu ausencia en la casa. Mi abuela debe de estar triste sin tí. —Dijo él y escuchó una risa satisfecha de la chica.

—<<No debería, la llamé ayer. —Informó ella y Aristotéles de haber podido hubiera caído de la cama. —De hecho resulta que no sabía que estabas en el desfile que dirigía Cuauhtémoc. Se sorprendió mucho.>> —Dijo y Aristotéles estaba enojándose.

—Tu... ¿Tu fuiste? —Preguntó disgustado. Por culpa de ella su padre y abuela lo habían acorralado y tratado de intimidar, hasta estuvieron de acuerdo en hacerlo ventilar su vida íntima.

Cuando habla el Corazón (Aristemo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora