CAPÍTULO 27° PARTE 2/3

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——Los ojos son la ventana del alma... Y no hay nadie como tu que desearia que fuera mi otra mitad ——

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Aristotéles aspiró aire antes de verse en el espejo, sus mejillas pálidas y ojeras bajo los ojos, aspecto cansado

Esta no era la imágen adecuada para presentarse en el trabajo, pero tampoco es que hubiera podido elegir el estilo; todo aquello se fue formando en los últimos días.

Miró sus rizos y los alisó con los dedos temblorosos, los cuales sintió trémulos y volvió a suspirar y se recargó sobre el borde de la mesa cerca del espejo. Sus ojos vagaron por su cansado rostro, una sombra oscura bajo los ojos más notable de cerca, el cabello alborotado; tan rebelde sin posibilidad de manejo. Pasó saliva, por mucho que intentara su aspecto no iba a cambiar. El último mes había sido deprimente con todo lo que le había pasado, y volver a comenzar era una buena forma de empezar a cuidar de si, al menos eso era lo que tenía que hacer de ahora en adelante. Y no solo por sí mismo, si no por au trabajo.

Pero si algo tenía claro era que no estaba solo, independientemente de la distancia, solo habían pocas personas a las que se sentía ligado.

Amapola su madre– una gran mujer que siempre había sido fuerte–, Arquímedes su hermano– un niño que apenas y conocía, de eso estaba seguro– y posando su vista sobre su ante brazo observó el tatuaje que significaba gran parte de su vida, Cuauhtémoc, el único dueño de su corazón.

—Mi Temo... Mi Tahi... Dame fuerzas para no derrumabarme mi amor. —Susurró cerrando la mano sobre el tatuaje, sintiendo una conexión invisible que tiraba de su mente a un punto exclusivo, tan junto a Cuauhtémoc que al cerrar los ojos sintió el timbre de su voz diciéndo “Tahi” recorriendo su cuerpo, su aliento chocando contra sus labios mientras su boca, floja de tantos besos, mientras sus manos recorrían su pecho con las palmas abiertas, su calor proporcionando su calor, juntos como nunca antes.

Juntos compartiendo una mirada al cielo oscuro, mirando las estrellas, con las manos entrelazadas esperando la salida del sol en el cielo.

Abrió los ojos a la realidad, justo entonces Don Rogelio entró a la habitación viendo al joven.

—¿Todo bien? —Preguntó mientras se arreglaba la corbata de un azul oscuro y dejaba la gabardina negra en el borde de la cama del rizado.

—Si señor —dijo Aristotéles de forma escueta.

—Bien, por que nos vamos a las oficinas para ver lo del elenco. Ya verás que involucrandote en el trabajo se te aclarará la mente. Te será útil —aseguró él y Aristotéles asintió sonriendo.

—Bien... Vamos —dijo Aristotéles agitando sus rizos.

Don Rogelio asintió y se enfundó en el traje al tiempo enfocaba la vista en el brazo del joven, elevó una ceja.

—Si... Nunca me había fijado, por muy increíble que suene, pero... ¿Ese es un tatuaje reciente? —Señaló el tatuaje del joven.

Aristotéles miró su tatuaje, un dolor en el pecho, dulzura entre mezclándose con lo amargo del dolor, inspiró aire y negó.

—No... Lleva varios años conmigo. Por... ¿Es un problema? —Preguntó al tiempo que sacaba de su equipaje abierto una chaqueta que combinaría con su ropa puesta ese día.

—No. De hecho es solo interesante. Espero que tenga una buena historia interesante detrás. —dijo el mayor sacudiendo su traje, el joven elevó una ceja al tiempo que imitaba la acción de Don Rogelio.

Cuando habla el Corazón (Aristemo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora