CAPÍTULO 30° PARTE 4/4

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——Las consecuencias de los errores y  las manzanas de una bruja, ¿mala? ——

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Las calles parecían estar quemándose entre tantas luces que los iluminaban. Todos los locales que todavía ofrecían sus servicios hasta largas horas de la noches estaban abiertas con seguridad esa hora.

Apenas en estos momentos, la mayoría respeta su horario de cena. Aunque algunos no tanto, como los que eran atrapados por las garras del dolor del amor.

Una pequeña copa de tequila se pegó contra la superficie de la barra del bar en señal de exigencias de más tragos.

Un joven de cabello castaño perfectamente peinado estaba limpiándo unos vasos al tiempo que miraba con una ceja elvada a un cliente en especial.

—Un mezcal... O mejor deje la botella aquí por favor —dijo Aristotéles pasando su mano sobre su rostro, en un gesto cansado.

—Ari ya basta, estas bebiendo de más. Apuesto que ni sabes cuanto aguantas —dijo Roberto, que como siempre estaba en todos lados.

—No estoy emborrachandome... Yo solo estoy bebiendo... ¿que no vez? —dijo Aristotéles despeinándose.

—Si ya ya vi. Pero tu solo ya llevas media botella y parece que ya vas para un coma etílico amigo —dijo él y Aristotéles rió amargamente.

—Coma —repitió sintiéndose las palabras clavarse en su lengua como alfileres, eso o era el licor—. Yo puedo pagar toda las botellas que quiera, asi que sirveme otra copa —dijo prepotente y Roberto suspiró desganado.

—No estas cayendote, pero si que estas embriagado y yo ya no puedo servirte. No me lo permiten. Aparte, tu no eres de esos que beben por un despecho o algo por el estilo —comentó él y Aristotéles sonrió hacía la botella.

—Roberto... Deja de joderme —expresó irritado, su amigo sonrió sorprendido, Aristotéles no era el tipo de persona al que se le puede oír usando esas expresiones—, que por primera vez en mi vida quiero beber en lugar de hecharme a llorar en un rincón. Me vale mierda si mañana amanezco debajo de un puente —dijo restregando su rostro con las palmas—. Ya sirveme —apuró y su amigo se rindió.

—Como quieras. Pero eso si... Te pones pesado con los demás y te vas —advirtió él y Aristotéles asintió conforme y recibió su botella.

—No... Yo bien. Solo dejame beber —dijo Aristotéles llevándose la botella a los labios y con el rostro fruncido bebió un gran trago.

Después de salir del hospital, Aristotéles se había escapado a un bar, donde para su mala suerte, fue Roberto quién le ofreció una copa la cual tenía el protagonismo entre sus labios.

—¿Alguna vez te has enamorado? —hablo a Roberto, este como con el resto de los desdichados borrachos, le prestaba atención—. Nó, mejor, por que el amor solo te hace daño. Envenena y mata el alma. Mi Tahi... Me ha olvidado.

Roberto lo observó dejando el vaso a un lado de él.

—¿Ya despertó del coma? —preguntó interesado, pues desde que el de cabello liso solo tomo asiento y empezó a beber.

—Si... Y me olvidó —dijo Aristotéles sirviéndose una copa y Roberto negó.

—Pero eso no es... Bueno si es motivo para que te pongas hasta atrás, pero tu no eres así. Eso va a ponerte mal y tu no estas para aguantar una resaca por la bebida. Además, bien podrías acercarte a él para empezar de nuevo —aconsejó él y Aristotéles le dio un sorbo a la su copa.

—Tengo a Violeta —solto con tono amargo, casi escupiendo su realidad.

—¿Que no has acabado con eso? No puedo creerlo —dijo negando—. Ay, Ari... Aparte de eso, yo creo que tu no tienes novia o una relación. Esa relación te tiene a ti y como el pendejo que eres no haces nada.

Cuando habla el Corazón (Aristemo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora