(Parte 2. [Cap: 1]) CAPÍTULO 26° PARTE 1/3

887 47 35
                                    

——Deleznable——

<Cuando Habla el Corazón.

Parte 2.
Capítulo 1.

Fragmentos de una mente rota y un amor que nace desde el alma>


(1/3)


El cielo estaba claro, hermoso, el cielo no parecía entenderte que había quienes estaban destrozados por dentro, había quienes que habían perdido una parte de sí.

Aristotéles miraba hacia abajo, los zumbidos en sus oídos lo estaban enloqueciendo, pero el dolor de su alma, lo estaba matando.

Un girasol entre sus tembloros dedos.

Lágrimas como casacada bajan por sus ojos dirigiéndose hacia abajo, con el rostro pálido y el peso del mundo aplastándolo.

La ataúd blanca fue depositada en el hoyo que devoraba la razón de su vida.

Para muchos solo era una muerte más, pero para él era el infierno ver a la persona que se ama ser enterrada bajo tierra, la amenaza de no volverlo a ver más no es una amenaza, sino una cruda realidad a la que está obligada a ver.

A su izquierda, Ana Lupe destrozada cae a los pies de Susana, ella llena de dolor que no se puede sostener, Sebastian llora, Julio también, Pancho solo mira con una mirada rencorosa la ataúd, el pozo, quizá también el cielo brillante, su cuerpo parado ahí solo por inercia, por que quería hacer lo mismo que la niña, al igual que él, al igual que todos los que amaban a Cuauhtémoc.

A su izquierda Diego quien lloraba en silencio, Linda Axel, Amapola, Doña Blanca, Don Eugenio, a la cabeza de la tumba, Doña Imelda y Audifaz.

El cura dijo las últimas palabras y el primer puñado de tierra lo hizo Pancho antes de bajar la cara y empujar sus ojos con la punta de los dedos apretando los lados de su nariz y llorar desconsolado.
Como si la tierra sobre la caja le gritara...

Ya no más... Las esperanzas han muerto.

La ataúd se fue llenando de flores blancas y conforme pasaba, Aristotéles se le abría la llave del llanto, desbordado lágrimas y un gemido de dolor que se confundió con un grito.

—¡Noooooh! No, no... Esto es una pesadilla!

Asi se sentía, todo irreal, todo nebuloso, como un recuerdo desagradable.
Tenía que ser falso... Aristotéles lo deseaba así.

—Ya esta muerto Aristotéles. Resignate. —Dijo Doña Imelda.

—Él ya descansa en paz hijo. —Dijo Audifaz llevando entre sus dedos una rosa blanca y Aristotéles se le inyecta la mirada de odio, si su padre deja caer la rosa, lo odiará a morir.

La ataud más de tres metros bajo tierra le devolvía la mirada como una burla. Como si esa caja de madera pudiera separarlo de su amor, del amor de su vida.

Estaba reluciente, tan pulida que era difícil no ver su rostro roto de dolor.
La ataúd se llevaba su razón de vivir.

Ya no volvería a ver a Cuauhtémoc, ya no tendría las esperanzas de que estuviera vivo haciendo su vida a lado de alguien más; estaba ahí, sin vida, acabado, escapando de si lado.
La muerte separándolos, la muerte ganando.

No... No lo iba a lograr, nadie podría separarlo del amor de su vida, así tendría que seguirlo en aquel viaje, lo haría.

Su mente llena de neblina le desconectó de la realidad.

Cuando habla el Corazón (Aristemo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora