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Hallie

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Hallie.

Sus labios están siendo salvajes con los míos… de esa manera en la que no me gusta.

Me besa de una forma tan desesperada que apenas y puedo seguir el ritmo de su boca, tengo las manos hechas puños sobre su pecho mientras trato de acoplar mis labios a los suyos, otra vez sin éxito.

Sus manos recorren mi cintura con un ímpetu que me pone rígida, al mismo tiempo, me doy cuenta de que mi cuerpo yace estampado entre el asiento del copiloto y la puerta del auto.

Cuando creo que todo se ha acabado, se separa de mí con la respiración agitada.

Clava su mirada achocolatada en la mía y en eso siento que sus ojos me devoran, me trago lo que tengo en la garganta. Y en el momento que creo que ha sido suficiente retiro mis pupilas de las suyas. Incómoda.

A continuación, toma mi mentón entre sus dedos, luego, sus labios bajan lentamente para estamparse en los míos.

Me besa con lentitud y solo así mis parpados se cierran y esta vez, para mi sorpresa, me concentro en devolverle el beso con el mismo entusiasmo…

De pronto, mis ojos se abren cuando lo siento, sus dedos merodean por el borde de mi blusa, luego se cuelan bajo ella, sus yemas tocan mi piel…

Me separo de un tirón, fijo la vista en mi regazo porque no sé cómo mirarlo y cuando por fin me atrevo a levantar la mirada y observarlo… me encuentro con sus ojos cafés que se han oscurecido.

—¿Qué pasa? —me pregunta Brad con la voz ronca y entrecortada.

No puedo evitar pasarme la lengua por los labios.

—Es tarde. Debo irme a casa.

Él frunció el ceño.

—¿Ya? —se miró el reloj de la muñeca —¿Estás segura?

Asentí con rapidez. Brad respiro profundo.

—… Si se enteran de que deje a Lori sola mucho tiempo, me van a castigar.

Bueno, eso no es del todo mentira.

Aparta su rostro y veo sus ojos enfocarse en el tablero del auto por segundos, luego, se aleja de mí para acomodarse en el asiento del conductor, pone las manos sobre el volante y… no me mira.

Sin embargo, yo sí lo hago y por alguna razón, y como siempre me sucede, la expresión en su rostro me hace sentir… terriblemente mal.

Ni siquiera sé por qué coloco la palma de mi mano en su rodilla cuando arranca, pero no importa, porque Brad sigue sin mirarme.

El camino hacia casa lo hacemos la mayor parte en silencio, me recuesto sobre el asiento y observo el paisaje por la ventanilla del auto.

Cuando llegamos, se quita el cinturón, suspira y me mira para después enrollar sus dedos largos en mi barbilla.

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