El rencor De Snape

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

—¿Por qué han tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
Snape rondaba por allí.

Echaron a andar por High Street.

¿Dónde están? —les preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Siguen ahí? Qué raro resulta esto...

Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry y Ginny pudieron hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas locales»), que cabían en la palma
de la mano de Harry.

Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry y Ginny tuvieron que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George.

Harry y Ginny susurraban a Ron lo que querían que les comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa.

Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.

El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los tres les apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más
embrujado de Gran Bretaña.

Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su Jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.

Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry y Ginny en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado... Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.

Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas.

Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Zabini, seguido de cerca por  Crabbe y Goyle.
Zabini decía:

Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un...» —  Zabini vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en
ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?

Harry sujetó a Ron con una mano y con la otra a Ginny por la túnica para impedirles que saltaran sobre Zabini.

Dejalos— le susurró Harry al oído de Ron.

La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry tomo a Ginny y se acercaron sigilosamente a Zabini, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino.

- Mira y aprende, pelirroja - dijo Harry - cincuenta puntos a la nuca
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Zabini a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten...?¡PLAF!

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora