Cuidado con el Boggart del armario ropero y ... ¿Dónde está la Señora Gorda?

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Juro solemnemente que mis intenciones

—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.
¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.
Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras.
—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no...!

En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.

¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.
Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos?
—Pero... —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.
—¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Harry.

(...)

Remus no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como
siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes.

Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor; meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.

La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara
la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y los había soltado en clase.

Bien —dijo el Remus cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme...

Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con Remus. Este los condujo a lo largo del desierto corredor.

Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta Lupin estuvo a medio metro.

Entonces sacudió los pies de dedos
retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:

—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...

Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo.

Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.

Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó atención a Remus, salvo para soltarle una sonora pedorreta.

Lupin suspiró y sacó la varita mágica.

Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor; estad atentos.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora