La forastera de sueños

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Pettigrew tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.
—Sí, pero... —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—. Mira, a pesar de lo que digas, no deberían venir a Hogsmeade porque no tienen autorización. ¡Si alguien lo descubre se verán en un grave aprieto! Y todavía no ha
anochecido: ¿qué ocurriría si Peter Pettigrew apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora?
—Pues que las pasaría moradas para localizarlos aquí —dijo Ron, señalando con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con
parteluz. - Vamos, Hermione, es Navidad. Harry y Ginny se merecen un descanso.

Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.

¿Nos vas a delatar? —le preguntó Ginny con una sonrisa.
Claro que no, pero, la verdad...
—¿Han visto las Meigas Fritas? —preguntó Ron, cogiéndolos del brazo y llevándoselo hasta el tonel en que estaban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Recuerdan Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la
lengua. Recuerdo que mamá le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes?

Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la calle.

Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.

A Harry y Ginny estaban calados de frío, A diferencia de Ron y Hermione, no habían cogido su capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.

Ahí está correos.
—Zonko está allí.
—Podríamos ir a la cabaña de los gritos.
—Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?

A ambos le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenían las manos congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar.

Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.

Es la señora Rosmerta  —dijo Ron—.Voy por la bebidas —añadió
sonrojándose un poco.

Harry, Ginny y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con cuatro jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla.

—¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.

Ginny bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo.

Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Ginny echó un vistazo por encima de la jarra y casi se atragantó.

El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve. Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde
lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora