El colacuerno Húngaro y el Hébrido negro

437 32 32
                                    

Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Me pregunto si podría hablar un ratito con Harry y Ginny antes de que empiece la ceremonia —le dijo a Bagman sin apartar los ojos del dúo—. Los más jovenes de los campeones, ya sabes... Por darle un poco de gracia a la cosa.
—¡Por supuesto! —aceptó Bagman—. Es decir, si Harry ni Ginny tienen
inconveniente...
—Eh... —vaciló Harry.
—Divinamente —exclamó Rita Skeeter.

Sin perder un instante, sus dedos como garras cogieron a Harry y q a Ginny por el brazo con sorprendente fuerza, los volvieron a sacar del aula y abrieron una puerta cercana.

—Es mejor no quedarse ahí con todo ese ruido —explicó—. Veamos... ¡Ah,
sí, este sitio es bonito y acogedor!

Era el armario de la limpieza. Ginny la miró.

—Entren, cielo, están muy bien. Divinamente —repitió Rita Skeeter
sentándose a duras penas en un cubo vuelto boca abajo. Empujó a Harry y a Ginny para que se sentaran sobre unas cajas de cartón y cerró la puerta, con lo que quedarona oscuras—. Veamos...

Abrió el bolso de piel de cocodrilo y sacó unas cuantas velas que encendió con un toque de la varita, y por arte de magia las dejó colgando en medio del aire para que iluminaran el armario.

¿No les importa que use una pluma a vuelapluma? Me dejará más
libre para hablar...
—¿Una qué? —preguntó Harry.

Rita Skeeter sonrió más pronunciadamente, y Harry contó tres dientes de oro. Volvió a coger el bolso de piel de cocodrilo y sacó de él una pluma de color verde amarillento y un rollo de pergamino que extendió entre ellos, sobre una caja de Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower. Se metió en la
boca el plumín de la pluma verde amarillenta, la chupó por un momento con aparente fruición y luego la puso sobre el pergamino, donde se quedó balanceándose sobre la punta, temblando ligeramente.

Probando: mi nombre es Rita Skeeter, periodista de El Profeta.

Harry bajó de inmediato la vista a la pluma. En cuanto Rita Skeeter
empezó a hablar, la pluma se puso a escribir, deslizándose por la superficie del pergamino:

La atractiva rubia Rita Skeeter, de cuarenta y tres años, cuya
despiadada pluma ha pinchado tantas reputaciones demasiado
infladas...

—Divinamente —dijo Rita Skeeter una vez más.

Rasgó la parte superior del pergamino, la estrujó y se la metió en el bolso. Entonces se inclinó hacia el dúo.

—Bien, ¿qué les decidió a entrar en el Torneo?
—Eh... —volvió a vacilar Harry, pero la pluma lo distraía. Aunque él no
hablara, se deslizaba por el pergamino a toda velocidad, y en su recorrido Harry pudo distinguir una nueva frase:

Una terrible cicatriz, recuerdo del trágico pasado, desfigura el rostro
por lo demás muy agradable de Harry Potter, cuyos ojos...

—No mires a la pluma, Harry —le dijo con firmeza Rita Skeeter. De mala
gana, Harry la miró a ella—. Bien, ¿qué les decidió a participar en el Torneo?
— Nosotros no decidimos participar —repuso Ginny firme—. No sabemos cómo llegaron nuestros nombres al cáliz de fuego. Nosotros no lo pusimos.

Rita Skeeter alzó una ceja muy perfilada.

Vamos, no tengan miedo de verse metidos en problemas. Ya
sabemos todos que ustedes no deberían participar. Pero no se preocupen por eso: a nuestros lectores les gustan los rebeldes.
—Pero es que no fuimos nosotros  —repitió Harry—. No sabemos quién...
—¿Qué les parece las pruebas que tienen por delante? —lo interrumpió
Rita Skeeter—. ¿Están emocionado? ¿Nervioso?
—No he pensado realmente... Sí, supongo que estoy nervioso —reconoció Harry. La verdad es que mientras hablaba se le revolvían las tripas.
En el pasado murieron algunos de los campeones, ¿no? —dijo Rita
Skeeter—. ¿Han pensado en eso?
—Bueno, dicen que este año habrá mucha más seguridad —contestó
Ginny.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora