Alboroto en el Ministerio

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Juro solemnemente que mis Intenciones no son buenas

El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory
depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio
miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.

Esto... es... imposible —balbuceó—. No...

Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había
encontrado a Winky.

¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.

Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.

Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory,
bajando la vista hacia la inconsciente Winky—. La elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...
—Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se
necesita una varita.
—Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.
—¿Qué? —exclamó el señor Weasley.
Aquí, mira. —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía
en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Usó de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»

Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del
padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre si mismo,
observando con los ojos desorbitados la calavera verde.

¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los habéis atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?

El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía
estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.

¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no
estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?
—He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.
—¿Sin sentido? ¿Vosotros? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?

De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.

¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni
siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!
—Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creó que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.

Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:

—¡Enervate!

Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora