El cáliz de fuego

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Harry, Ginny, Ron y Hermione vieron a Fred y George en la mesa de Gryffindor. Una vez más, y contra lo que había sido siempre su costumbre, estaban apartados y conversaban en voz baja. Ron fue hacia ellos, seguido de los demás.

-Es un peñazo de verdad -le decía George a Fred con tristeza-. Pero si
no nos habla personalmente, tendremos que enviarle la carta. O metérsela en la mano. No nos puede evitar eternamente.
-¿Quién os evita? -quiso saber Ron, sentándose a su lado.
-Me gustaría que fueras tú -contestó Fred, molesto por la interrupción.
-¿Qué te parece un peñazo? -preguntó Ron a George.
-Tener de hermano a un imbécil entrometido como tú -respondió
George.
-¿Ya se os ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los tres
magos? -inquirió Ginny
-. ¿Habéis pensado alguna otra cosa para entrar? - preguntó Harry.
-Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me lo dijo -repuso George con amargura-. Me mandó callar y seguir con la
transformación del mapache.
-Me gustaría saber cuáles serán las pruebas -comentó Ron pensativo-.
Porque yo creo que nosotros podríamos hacerlo. Hemos hecho antes cosas muy peligrosas.
-No delante de un tribunal -replicó Fred-. McGonagall dice que
puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas.
-¿Quiénes son los jueces? -preguntó Harry.
-Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte
del tribunal -declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante
sorprendidos-, porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar los campeones.

Ginny desvío la mirada. La pelirroja le había cogido un gran miedo a las serpientes desde su primer año.

Hermione advirtió con su acostumbrado aire de impaciencia cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó:

-Está todo en Historia de Hogwarts. Aunque, desde luego, ese libro no es
muy de fiar. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».
-¿De qué hablas? -preguntó Ron, aunque Harry creyó saber a qué se
refería.
-¡De los elfos domésticos! -dijo Hermione en voz alta, lo que le confirmó a Harry que no se había equivocado-. ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos!

Ginny movió la cabeza a un lado y se dedicó a los huevos revueltos que tenía en el plato. La carencia de entusiasmo no había refrenado lo más mínimo la determinación de Hermione de luchar a favor de los elfos domésticos. Era cierto que tanto Harry y Ron como ella habían puesto los dos sickles que daban derecho a una insignia de la P.E.D.D.O., pero
lo habían hecho tan sólo para no molestarla. Sin embargo, habían malgastado el dinero, ya que si habían logrado algo era que Hermione se volviera más radical.

Les había estado dando la lata desde aquel momento, primero para que se pusieran las insignias, luego para que persuadieran a otros de que hicieran lo mismo, y cada noche Hermione paseaba por la sala común de
Gryffindor acorralando a la gente y haciendo sonar la hucha ante sus narices. Aunque a Ginny le gustaba hacer ruido, y aún más con la aprobación de Hermione.

-¿Sois conscientes de que son criaturas mágicas que no perciben sueldo y trabajan en condiciones de esclavitud las que os cambian las sábanas, os encienden el fuego, os limpian las aulas y os preparan la comida? -les decía Hermione furiosa.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora