Oh dulce, dulce y peligroso Hogwarts

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Harry no le quiso decir a los demás que él, Ginny y Luna estaban teniendo la misma alucinación, si de eso es de lo que se trataba, así que no mencionó nada sobre los caballos mientras saltaba al interior del carruaje y cerraba de golpe la puerta tras él. No obstante, no pudo evitar observar las siluetas de los caballos moviéndose más allá de la ventana.

-¿Todos vieron a esa mujer, Grubbly-Plank?- pregunto Ginny, - ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Hagrid no pudo haberse ido, verdad?
-No me molestaría que se hubiera marchado. - comentó Luna -No es muy buen profesor, ¿no les parece?.
-¡¡Sí que lo es!!- exclamaron Harry, Ron y Ginny ofendidos.

Harry le lanzó a Hermione una mirada hostil. Ella aclaró su garganta y rápidamente agregó:

-Erm... sí... es muy bueno-.
-Pues bien, en Ravenclaw pensamos que él es casi un chiste -, declaró Luna sin perturbarse.
-Entonces ustedes tienen un sentido del humor de porquería-, comentó Ron con brusquedad, mientras las ruedas debajo de ellos crujían con el movimiento.

Luna no molestó por la grosería de Ron; al contrario, ella lo miró por un rato como si él estuviera en un interesante programa de televisión.

Rechinado y tambaleándose, los carruajes se movieron en caravana sobre el camino.

Cuando pasaron entre los altos pilares de piedra coronados con jabalís alados, colocados a ambos lados de la entrada que conducía hacia los terrenos de la escuela, Harry se reclinó hacia delante para intentar ver si había luz en la cabaña de Hagrid, cerca del Bosque Prohibido. Pero el terreno estaba inmerso en una oscuridad absoluta.

El Castillo de Hogwarts, sin embargo, se vislumbraba cada vez más cerca: una elevada masa de torrecillas, negro azabache contra el oscuro cielo, y aquí y allí, encima de ellos,
alguna ventana brillaba resplandeciente como si estuviera en llamas.

Los carruajes tintinearon al parar cerca del escalón de piedra que conducía a la puerta de roble de la entrada. Harry salió del carruaje el primero. Se giró nuevamente para buscar la luz de alguna ventana cerca del Bosque Prohibido, pero definitivamente no había señal de vida dentro de la cabaña de Hagrid.

De mala gana, porque su esperanza se había desvanecido, desvió sus ojos hacia las criaturas esqueléticas, paradas tranquilamente en el
frío aire de la noche, con sus vacíos ojos blancos brillando.

Ya con anterioridad Harry había tenido la experiencia de ver algo que Ron no podía, pero eso había sido un reflejo en un espejo, algo mucho mas insustancial que cientos de bestias
que lucían tan sólidas y fuertes como para empujar una escuadrilla de carruajes. De creer en las palabras de Luna, las bestias siempre habían estado allí pero eran invisibles.

Entonces, ¿Por qué de repente Harry y Ginny podía verlos, y por qué Ron no?

¿Por qué siempre tenían que ser los dos?

-¿Vas a venir o que?- preguntó Ron a su lado.
-Oh... sí-, afirmó Harry, rápidamente, y ambos se unieron a la multitud de gente que desesperaba por subir al castillo.

El Vestíbulo de Entrada lucía antorchas flameantes y los pasos de los estudiantes cruzando el piso de piedra por la puerta de la derecha provocaban un resonante eco. Todos se dirigían al Gran Salón y hacia la fiesta de comienzo del curso.

Las cuatro largas mesas del Gran Comedor estaban repletas bajo el techo negro y sin estrellas, idéntico a cielo que podían vislumbrar por las altas ventanas. Las velas flotaban en
el aire, a lo largo de las mesas, iluminando a los plateados fantasmas, quienes estaban repartidos por todo el salón y las caras de los estudiantes que hablaban con impaciencia, narrando noticias y anécdotas del verano, saludando ruidosamente a los amigos de otras casas, y mirando los cortes de cabello y los trajes nuevos de los demás.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora