El Ministerio

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Juro solemnemente que mis intenciones no sin buenas

Volvió a sonar el timbre de la puerta, y todos miraron a la señora Weasley.

—Quedaos aquí —dijo ella con firmeza, y agarró la bolsa de ratas en el momento en que abajoempezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traeros unos sándwiches.

Salió de la habitación y cerró con cuidado tras ella. A continuación, todos corrieron hacia la ventana
para ver quién había en la puerta principal. Alcanzaron a ver la coronilla de una despeinada y rojizacabeza y un montón de calderos en precario equilibrio.

—¡Mundungus! —exclamó Hermione—. ¿Para qué habrá traído esos calderos?
—Debe de buscar un lugar seguro donde guardarlos —dijo Harry—. ¿No era eso, recoger calderos robados, lo que estaba haciendo la noche que debía vigilarnos?
—¡Sí, tienes razón! —respondió Fred. La puerta de la calle se abrió y Mundungus entró por ella con
sus calderos y se perdió de vista—. ¡Vaya, a mamá no le va a hacer ninguna gracia!

Fred y George corrieron hacia la puerta y se quedaron junto a ella, escuchando con atención. La señora
Black había dejado de gritar.

Mundungus está hablando con Sirius y con Kingsley —dijo Fred en voz baja, concentrado y con el
entrecejo fruncido—. No los oigo bien… ¿Qué os parece si probamos con las orejas extensibles?
—Quizá valga la pena intentarlo —admitió George—. Podría subir un momento y coger unas…

en ese preciso instante estalló una sonora exclamación en el piso de abajo que hizo que las orejas
extensibles resultaran superfluas. Se podía oír a la perfección lo que la señora Weasley estaba diciendo a grito pelado.

—¡Esto no es un escondrijo de artículos robados!
—Me encanta oír a mamá gritándole a otra persona —comentó Fred con una sonrisa de satisfacción enla cara, mientras abría un poco la puerta para dejar que la voz de la señora Weasley entrara mejor en el salón—. Para variar.
—… completamente irresponsable, como si no tuviéramos bastantes preocupaciones sin que tú traigas
tus calderos robados a la casa…
—Los muy idiotas la están dejando coger carrerilla —dijo George haciendo un gesto negativo con la
cabeza—. Hay que atajarla enseguida porque si no se calienta y ya no hay quien la pare. Se moría de ganas de soltarle una buena reprimenda a Mundungus desde que desapareció, cuando se suponía que los estaba cuidando. Y allá va la madre de Sirius otra vez.

La voz de la señora Weasley quedó apagada bajo una nueva sarta de chillidos e improperios de los
retratos del vestíbulo. George hizo ademán de cerrar la puerta para ahogar el ruido, pero, antes de que pudiera hacerlo, un elfo doméstico se coló en la habitación.

Iba desnudo, con la excepción de un trapo mugriento atado, como un taparrabos, alrededor de la cintura. Parecía muy viejo. Le sobraba piel por todas partes y, aunque era calvo como todos los elfos domésticos, le salían pelos blancos por las enormes orejas de murciélago.

Tenía los ojos, de color verde claro, inyectados en sangre, y la carnosa nariz era grande y con forma de morro de cerdo.

El elfo no prestó la más mínima atención ni a Harry ni a los demás. Como si no los hubiera visto, entró
arrastrando los pies, encorvado, caminando despacio y con obstinación, y fue hacia el fondo de la estancia sin dejar de murmurar por lo bajo con voz grave y áspera, como la de una rana toro.

—… apesta a alcantarilla y por si fuera poco es un delincuente, pero ella no es mucho mejor, una repugnante traidora a la sangre con unos críos que enredan la casa de mi ama, oh, mi pobre ama, si ella supiera, si supiera qué escoria han dejado entrar en la casa, qué le diría al viejo Kreacher, oh, qué vergüenza, sangre sucia, hombres lobo, traidores y ladrones, pobre viejo Kreacher, qué puede hacer él…
—¡Hola, Kreacher! —lo saludó Fred, casi gritando, y cerró la puerta haciendo mucho ruido.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora