El diario secretísimo

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

-¿Duermes con esto debajo de la almohada?

Pero Hermione no necesitó responder, porque la señora Pomfrey llegó con la medicina de la noche.

-¿A que Lockhart es el tío más pelota que has conocido en tu vida? -dijo
Ron a Harry al abandonar la enfermería y empezar a subir hacia la torre de Gryffindor.

Snape les había mandado tantos deberes, que a Harry le parecía que no los terminaría antes de llegar al sexto curso. Precisamente Ron estaba diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había que echar a una poción crecepelo, cuando llegó hasta sus oídos un arranque de cólera que provenía del piso superior.

-Es Filch -susurró Harry, y subieron deprisa las escaleras y se
detuvieron a escuchar donde no podía verlos.
-Espero que no hayan atacado a nadie más -dijo Ron, alarmado.

Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que
parecía completamente histérico.

-... aun más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera
otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a
Dumbledore.

Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos.

Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado
cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris. Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.

Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes de los aseos.

-¿Qué le pasará ahora? -preguntó Ron.
-Vamos a ver -propuso Harry, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y, haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron.

Myrtle la Llorona estaba llorando, si cabía, con más ganas y más
sonoramente que nunca. Parecía estar metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.

-¿Qué pasa, Myrtle? -inquirió Harry.
-¿Quién es? -preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos-. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa?

Harry fue hacia el retrete y le preguntó:

-¿Por qué tendría que hacerlo?
-No sé -gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de
agua que cayó al suelo ya mojado-. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro...
-Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler -razonó Harry-.
Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?

Acababa de meter la pata. Myrtle se sintió ofendida y chilló:

-¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que se lo cuele por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!
-Pero ¿quién te lo arrojó? -le preguntó Harry.
-No lo vi la cara... Estaba sentada en el sifón, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza -dijo Myrtle, mirándoles-. Está ahí, empapado.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora